Love is her best dress.

She never find a night good enough to wear it.

sábado

cuerpo

cuerpo vacilante entre moldes de plástico
que no se mira, que no se toca y que no busca espejos enormes
ni miradas frías ávidas filosas
corre sola entre pasillos finos 
de los laberintos, lo sabe, se sale por arriba
contribuye despacio al espacio entre tus labios
no le quedan más opciones que reír
desespera multitudes pero nadie la observa
quisquillosa, equidistante, archipielágica.

inerme camina hacia vos, sin elásticos,
sin cierres, sin botones, sin ella.
se escurre entre los lentes de otros tiempos
se evapora hacia la lluvia furiosa.
se incorpora, te mira y sonríe
se hace niña, se hace vieja, se hace frágil.
huye su mirada en otro horizonte tempranísimo
pero entrega su beso como ofrenda y 
propuesta de un viento mejor.

viernes

y que no temieran

and ne forhtedon na

Me recuesto en el sillón del living. Dejo un vasito de vino tinto en la mesa para tipear a oscuras. Las uñas rojas, el teclado negro. La luz del Blackberry titila en un rincón. 


Me despego los borcegos, creo que hoy hizo frío y que tendrías que estar tirado en mi sofá. Es probable que sea la última vez que los vaya a usar en esta primavera intermitente, en que los destrocé a patadas por todas las calles, por todas las aulas. A los borcegos.

Hoy el cielo regalaba soles y gotas con un arbitrio a prueba de planificaciones. Hoy recorrí tres plazas con vos. Hoy mi pelo no hizo lo que yo quería. Hoy vi un capítulo injusto de la serie que recorro ávidamente. Hoy, no sé, me da un poco de calor el vino. 


Tiro el saquito por ahí. Me estiro. Me siento derecha. Tipeo un poco más. Las vacaciones me son esquivas, me evaden como los chicos de baja estatura y las amistades recomendables. No empiezo a descansar, y ya me aburro. Festejo, me quejo. Y así.

Recorría con tu mirada la mía para desempañar mi conciencia y arrastrar con una mano todas las nubes, todas las dudas. Paso el antivirus para curar la promiscuidad de mi computadora llena de archivos indignos por piratas por robados por prestados. Busco asustarme con los rincones oscuros de la habitación, que no tienen límites, que no tienen nada. 


Las fobias me odian, me rechazan. Nací sin miedos, sin excusas y con más de un dios que excomulgué hasta quedarme con vos.

Decidí elegir, inventar, otros miedos. A algunas palabras, a algunos vientos. Al mar. A los finales. A algunos relojes, algunos viejos, a los percheros con abrigos, mochilas y sombreros colgando. Semejando un señor jorobado, muy alto y erguido. 


Extraño algunas voces que no me pude olvidar. Alguien indeseable espera mi aprobación de amistad en Facebook. Una amiga me pide consejos. Respondí segura, leí una revista que yo podría escribir. Armé una lista inverosímil de compras para irme de retiro y de viaje hasta siempre jamás.

Hoy instalé entre los pulmones y el esternón programas nuevos, borré discos, tiré ropa que no uso más. Hoy me conmoví entre el viento gris y el cielo rosa, entre gotas, a distancia de la que fui y viéndome de repente no tan lejos de la Florencia que puedo ser. 


Hoy me esperé en una que no conozco. Una que no se muerde los labios, que no evita la mirada, que no necesita este sábado bailar reggaetón. Aquella que no soporté y de la que alguna vez me dolió ser sombra, su espectro enamorado del amor, sola y soleada, proyectada contra un fantasma cruel y torpe. 


Aquella que no soy y que no puedo ser pero que ya estoy siendo me espera al lado de un camino.  Otra me espera cuando quiera crecer. Otra. Insomne, latente, incesante. Viva y distribuida de los tobillos a las cejas en un amor instante, un amor percha, un amor plaza, amor pasaje. Amor amor.



Mis textos, últimamente, terminan de golpe. Como si recién empezaran. No era la idea que éste estuviera dedicado a los temores, ni a la muerte, ni a Jorge Luis.  Y si ese hubiera sido el objetivo, tampoco salió bien. Con todo, describo y desdibujo. Me la juego en una guerra que ya doy por perdida. Duermo mal, escribo bien, o viceversa. La frontera entre una y otra actividad es una zona cada vez más difusa. No temo. Me meto con vos. Y no te duro ni un round.
el acento con que amas
el verbo con que escribes

Cómo dejarme caer entre labios tibios si allá afuera un adolescente llora de frío.

Para qué el plan secreto de la aurora boreal encerrada en mis ojos si en algún lado alguien se pregunta cómo será la felicidad.

Por qué leer a Marx si nuestras historias de papel podrían derrumbarse ante el primer chaparrón.

Hasta dónde la poesía, desde cuándo el arte, con qué herramientas la belleza podría transformar mi mirada tempestuosa aferrada a lo más gris y lo más chato, una ventana de tren demográficamente abundante, un cristal empañado.

Y si no qué, y si basta cómo.

Y si el fin de la energía de mis pasos sobre veredas rotas y si nada de ternura contra tu cara. 

Si estallara la esperanza. Si nos reunimos y decidimos que no hay tanto que hacer, nada que esperar y nadie a quien amar. Si lo dijéramos, si decretáramos, entonces qué, después qué.

No se puede hacer poesía después de Auschwitz. No se puede hacer música después de los desaparecidos. No hay. No hay más varón que lea. Ya no hay mujer que cante.

Que se despierten los muertos, que se desborden las venas. Que el hambre dé frutos y la pobreza derroche estrellas. Que basta. Que no. Que ya no.

Laten las morochas, caen las hojas, se apilan las fotocopias. Leemos.

Escribimos. Cantamos. Porque no queda otra que bordar en mi piel el trazo de la historia, que salar las heridas y condimentar los minutos irritantes del sueño y del hastío y de la puta muerte insípida que acecha en las pantallas.

No queda otra que empecinarnos en esta aventura infiel de destruir todo, de botar todo, de quemar todo y después y con amor y con paciencia y con sonrisa y con ternura, con papelitos, con Voligoma, agarrar y ponerse a armarlo de nuevo. Y amarlo todo. Y amarlos todos.

Y hacer todo, y ponerle nombres nuevos y entender que esos nombres no alcanzan, y enojarnos y llorar y levantar el puño contra el cielo y hacer barro fértil a fuerza de lágrimas agrias. Y rompernos, y hacernos de nuevo, y amarnos de nuevo. De nuevo.

Y bailemos, porque después esto, después nada. Porque los pinceles, porque las guitarras, porque las lapiceras tienen que escribir sobre Auschwitz, pintar el Guernica, cantar y exorcizar  las Dictaduras. Y dejarse caer entre labios tibios.


sábado

alejándose
Se despega de la cama, arranca de sus ojos lagañas y pesadillas. Descubre en el cielo olor a miedo. Camina. Cubre su cuerpo con ropa arrugada, estira los bordes, acomoda el cuello. Sale a buscar miradas.
La primera, silenciosa y suave, la guarda en un sobre azul. La segunda, chiquitita, en una tapita de gaseosa. La siguiente irá a parar al espacio entre las dos partes móviles del compás, aguda y precisa.
Luego, una mirada fría y quieta, queda allí entre las nubes violetas de ese jueves incesante.
La mirada calma y dorada de la que no lo miró dos veces se guarda sola en el cajón de la mesita de luz, con otros secretos pretéritos, una duda a contramano, un costurerito y aquella media sin par.
El reflejo de los ojos luchadores y anónimos que le golpearon la conciencia esa madrugada de junio hablándole de trabajo y de dolor están en el bolsillo de la camisa, cerca del órgano latidor.
La distancia entre esa mirada gris que lo condenó al fracaso hace muchos años, y que sin saberlo ni quererlo impulsó su vida de buscador incesante, la distancia entre esa mirada gris y la suya está guardada con llave en una caja marrón detrás de la tele que hace mucho que no enciende.
Pero la de ella, la mirada de ella, no se queda quieta. Insistente y colorida, elástica y tierna, lo golpea en todo el cuerpo, lo busca en todos los minutos, lo destroza en todos los rincones de la ciudad redonda. La mirada de ella no se deja, inaccesible pero insatisfecha. Inasible y demasiado cerca. La mirada de ella atraviesa todo lo que él mira, las palabras que lee, las vueltas que da su sacapuntas alrededor de sus lápices, sus sueños más vergonzantes.
 Su mirada es un cuchillo de cocina clavado en el estómago, un caldo frío, un auto que atropella a un perrito en una noche de lluvia y no se detiene. Ella, sólo ella, lo paraliza y sostiene su esperanza. Lo mira y lo mantiene vivo, lo amenaza de muerte, secuestra sus ilusiones y vuelve a prometerle alquimia. Ella sin hablar lo cuestiona y lo enferma, y lo detiene y lo alimenta.
Él recorre con las manos su propio cuerpo. Toca y busca y palpa, escucha, busca, de dónde viene, por qué será ese dolor, esa herida abierta. Dónde está, cómo curarse. Cómo aquietar, cómo guardar de una vez la mirada que le falta.

miércoles

;

instantánea

Sentada
en el centro del corazón
distante, solemne
boba, incesante.

Susurro, diezmada.
Cuento hasta veinticuatro.
Me despliego entre almohadas,
me enervo, me atraigo.
Destrozo la rueda, amén.

Descubro las notas,
destapo mis pies, intento.
Bailo, vuelvo, beso.
Intento el silencio,
construyo el olvido.
Empiezo, tropiezo, exploto,
me caigo.

Busco las dudas que anudan el duelo,
domestico mi infancia de cielo,
me alcanzo otra vez a otra mí en otra parte. 
Comparto tu viento, me duermo en tu tarde. 







martes

pasión y paz

La pasión 
y la paz





Hace varios días ese sintagma que encabeza estas líneas me pasó por la cabeza y pensé “es perfecto, suena tan bien, cómo a nadie se le ocurrió”. Esta noche, para no irme a dormir enseguida, al borde del fin de mi receso invernal, me siento frente a los espacios vacíos del frío de la página y lo tipeo. No. Espantoso. Goma. Chirle. Genocidio mental. Este texto malparido abundará entonces, en lugares comunes y en híbridos inyectados en mí por la sociedad de consumo desde que nací, y por la literatura popular barata desde hace siglos.

Una modelo se rompió la cabeza hoy y yo desde hace meses espero tener un accidente grave, cráneo contra el cordón de la vereda, antes de admitir que en la ciudad que me repele y me rechaza con mis ideas y colores, todo me parece bello y gris con vos, y que no hay nada en mí de la enfermedad que temí acechara todos mis órganos e ideas.

No me atravesó la patología que supuestamente me iba a regalar pesadillas. Temí y me alejé de la fuente de las dolores y los males para extrañar, enseguida, para sentirme extraña lejos de él, para volver o para no irme nunca de ningún lado, quedándome ahí todo el tiempo.

Pendulé entre el espanto y el fastidio hasta que todo fue muy claro y muy nítido y muy siempre. Esperé, miré mucho, me callé todo lo que pude hasta decir las cosas que ya eran obvias. Me encendí y crecí en una paz autónoma, invisible, inestable pero sencilla y elástica. Una paz con vos.

Yo que siempre evité la paz, casi me voy de ella por no perderla. Pero no era eso, no era esa búsqueda frenética e infructuosa entre comedias románticas, entre las caras de siempre, entre los libros de poesía amorosa. No, la paz era otra cosa. Y si creí descentrarme, desequilibrarme por mirarte, eso era paz. Entendí que mi paz era algo probablemente menos tranquilo y menos rosado. Menos tibio y menos calmo. Querer quedarme tirada sin objetivos, horizontal, con la mirada apaisada; era nuestro, o era nada.

Yo que siempre busqué la pasión, estuve al borde de ahogarme sin ella en una campana saturada de aire puro y sin peligros y sin vos. Pero la pasión no era eso, era volverme puntual y de repente y simultáneamente caer en la oscuridad del amor sin avisos y sin saludos a la familia mucho gusto soy Flor, estudio Profesorado de Lengua, soy catequista. La pasión no era bailar con vos ni velas ni flores y ni siquiera certidumbre, y tampoco convicción. No eran citas con brillantinas ni aventuras luminosas, ni entusiasmos, ni guerras ni suicidios. La pasión fue que sostuvieras mis manos en un bar turbio de tristezas caseras.

Yo que entreno la mirada nublada para no emocionarme de lluvia ni dejarme encender por los soles de veranos. Yo que desato tormentas de fe y que construyo esperanzas de plastilina. Yo que digo que no con las manos antes de escuchar la pregunta y que camino con zapatitos rojos al lado del camino, con cerveza en la sangre y sin paciencia en las ideas. Yo me rindo. No corro más, no me canso más. No doy vueltas en la cama esperando el milagro, duermo tranquila cuando ocupás mi almohada y cuando no, también sonrío. Porque no hay enfermedad ni dolor, porque no hay mentiras espesas ni silencios atroces. La pasión es también esto. La paz no es distinta a esto.

jueves

Cuento para contar en la puerta del cine

Me quedo con dos trocitos de hilo marrón en las manos y te veo viéndome, deshilachado. Sé que te vas a deshilachar del todo y que junto a mí va a quedar un gran ovillo de colores otoñales. Te prometí volver mañana, con dos agujas, y tejerte de nuevo. ¿Cómo querés ser cuando te vuelva a tejer?



martes

o despintado

cartón pintado
busco los silencios, me espanto cuando me descubren
mirándolos
canto bajito y desafinado, como soltando aire, 
como arruinando el tiempo,
arruinando el resto
describo entre toses el recorrido de una nube, acomodo 
cada uno de mis abrigos,
me desdibujo
espero, algo de mí se hace viento, te miro 
y tanto que no entiendo
veo
te veo, capricho y azabache, 
me espero en la distancia
te cuento
voy destejiendo, deshaciendo nudos, ato cabos, desovillo
abrazada
distraída, la historia se deshace, sopa tibia,
en la boca de todos los demás
y no hay tiempo, me olvido, no me quiero olvidar,
 lo retengo
como quien aprieta una soga que quema las manos,
se corre y se va.
me voy, me escapo, pestañeo y sin mirarte te doy un beso
sin amor
pero con bronca, con toda la rabia que mi cuerpito
puede sostener,
quemándome entre el frío, rompiendo los papeles,
lloviéndome el tiempo que me queda.
todavía no les dije a todos ellos,
desparramo flores secas por toda la ciudad.
un beso, se detiene la primavera asustada, horror,
ya no quiere llegar
se va el frío, se va el tiempo, se va el tren.
la fe en el futuro, el ciego a ciegas, 
las canciones de amor.
se moja el cartón pintado, se caen las máscaras de 
todo el planeta,
se diluye la témpera,
se rompe la escenografía, se muere un cantor.
me voy, frágil y asustada,
porque no me voy, porque no puedo parar de
volver a vos.



miércoles

la respuesta.

por fin encontré mi respuesta, sencilla y amorosa, para lo que viene pasando en estos días. 

por ahora no uso mis palabras, no las tengo.

solamente tengo esta mirada, estos ojos que leyeron y que hoy hacen una retraducción;

lo voseo, porque Buenos Aires, es con vos. 

 

Los ojos de los pobres


de Charles Baudelaire.

Ah, querés saber por qué hoy te aborrezco

Te va a ser más fácil entenderlo a vos, que a mí explicartelo;
porque sos, creo yo, el mejor ejemplo de impermeabilidad femenina que pueda encontrarse.
Juntos pasamos un largo día, que me pareció corto. Nos habíamos hecho la promesa de que todos los pensamientos serían comunes para los dos, y nuestras almas ya no serían en adelante más que una;
ensueño que no tiene nada de original, después de todo, 
y es que, soñándolo todos los hombres, nunca lo realizó ninguno.

A la nochecita, un poco fatigada, quisiste sentarte delante de un café nuevo que hacía esquina a un boulevard, todavía lleno de cascotes y ostentando ya gloriosamente sus esplendores, sin concluir.
Centelleaba el café.
El gas mismo desplegaba todo el ardor de un estreno, e iluminaba con todas sus fuerzas los muros cegadores de blancura, los lienzos deslumbrantes de los espejos, los oros de las medias cañas y de las cornisas, los pajes de mejillas infladas arrastrados por los perros en traílla, las damas risueñas con el halcón posado en el puño, las ninfas y las diosas que llevaban sobre la cabeza frutas, pasteles y caza; las Hebes y las Ganimedes ofreciendo a brazo tendido el anforilla de jarabe o el obelisco bicolor de los helados con copete: 
la historia entera de la mitología puesta al servicio de la gula.

Justo enfrente de nosotros, en el arroyo, estaba plantado un pobre hombre de unos cuarenta años, de faz cansada y barba canosa; 
llevaba de la mano a un niño, y con el otro brazo sostenía a una criatura débil para caminar todavía.
Hacía las veces de niñera, y sacaba a sus hijos a tomar el aire de la nochecita.
Todos harapientos. 
Las tres caras tenían una extraordinaria seriedad, y los seis ojos contemplaban fijamente el café nuevo, con una admiración igual, que las distintas edades matizaban de modo diverso. 

Los ojos del padre decían: 
«¡Qué hermoso! ¡Qué hermoso! 
¡Parece como si todo el oro del mísero mundo se hubiera colocado en esas paredes

Los ojos del niño: 
«¡Qué hermoso!, ¡qué hermoso!; 
¡pero es una casa donde sólo puede entrar la gente que no es como nosotros

Los ojos del más chico
estaban fascinados de sobra para expresar cosa distinta de un gozo estúpido y profundo.

Los cancioneros suelen decir que el placer vuelve al alma buena y ablanda los corazones. 
Por lo que a mí toca, la canción dijo bien aquella tarde
No sólo me había enternecido aquella familia de ojos, 
sino que me avergonzaba un tanto de nuestros vasos y de nuestras botellas, mayores que nuestra sed

Volvía yo los ojos hacia los tuyos , amorcito, para leer en ellos mi pensamiento; 
me sumergía en tus ojos tan bellos y tan extrañamente dulces, 
en tus ojos verdes, habitados por el capricho e inspirados por la Luna, cuando me dijiste: 
«¡Esa gente me está siendo insoportable con sus ojos tan abiertos como puertas! 
¿Por qué no pedís al dueño del café que los haga alejarse?»

Tan difícil es entenderse, angelito, y tan incomunicable el pensamiento, 
aún entre seres que se aman.


Le spleen de Paris. Capítulo XXVI. Año 1864

efecto mariposa

la paradoja de la mariposa:
no puede acercarse al fuego porque se quema.
pero tampoco puede alejarse de él.

(y un simple aleteo desata un huracán en la otra parte del mundo)

domingo

pretérito imperfecto



pretérito imperfecto

“este domingo me va a arruinar la dieta”

Quería contarte todas mis anécdotas infantiles.
Quería discutir el tema de tu peinado.
Quería que conocieras todos mis vestidos.
Quería que comentaras toda mi ropa interior.
Quería que siguiéramos peleando sobre política.
Quería que cuando amaneciera, una sola vez más, yo estirara el brazo, y estuvieras.
Quería descifrar cada silencio, también esos silencios espesos que significan “todo mal”
Quería hacer turismo en todas las piezas.
Quería ver todos los links de youtube que me pasaste.
Quería que viajáramos lejos una vez.
Quería que te enojaras en serio conmigo.
Quería hacerme chiquitita y desaparecer debajo de una baldosa.
Quería que por lo menos hoy no sea tan invierno, ni tan domingo, ni tan yo, ni tanto gusto a vos.
No quería que me vieras llorar.
No quería mirarte la última vez.


...


Puntos suspensivos
No preguntes
cuántos espejos
me encandilaron hoy.


No hay principio, no hay final. No más que un par de puntos desparramados en una historia que es una bolsa de papel llena de ratos y besos. Muchos. Y de puntos suspensivos.


Los puntos suspensivos suspenden, dejan un espacio, abren el puente entre este ahora y el ahora de después, ese que tiene forma de promesa, ese que no es más que lo que no es. Ese que se llama todavía no. Puntos suspensivos que se extienden desde esta vez hasta la próxima. Nadie sabe por qué hay próxima, palabras en el medio, una cita impuntual. Otra vez, casi lo mismo, casi siempre cada vez mejor. Al principio novedad y sorpresa, después almohadas tibias y algo que en algunos países puede llamarse enamoramiento.


Proceso de puntos suspendidos, equidistantes entre sí. No sabe lo que pasa y no sabe lo que pasó, ella no estaba ahí. Ni contigo ni sin ti. Enamoramiento. Tiene dos o tres palabras ocultas que explican su contenido y en una cuasietimología describen la patología. No serán desarrolladas por su obviedad. Patología, problema, dolor, conflicto, choques. Correspondencias encontradas. La imposibilidad de que la ecuación sea perfecta, el logro del desequilibrio absoluto que nunca más se podrá armonizar.


La balanza destrozada, ella agita su cabeza llena de malestares por haber tragado frío y lluvia anoche, y por pasarse la tarde planeando una despedida. Después de haber degustado la sopa fría del domingo eternamente insípido y resfriado, se levanta a sonreír, porque no le queda otra que caminar las últimas cuadras de espalda, pero sonriendo. Para siempre lo escrito marca muros, traza agujeros en el espacio, llama a lo mágico, trae en el barco del recuerdo lo mejor de las vidas que no vivimos juntos. Pero es el último de los puntos suspensivos.
  
Está sola, para qué desarrollar nuevas hipótesis. Arroja apuntes una vez leídos a una pila interminable, aprende mucho y no sabe nada. Destroza la salud en inmadurez y desquicie. Cierra las puertas y se hunde en un vapor espeso de silencios rotos. Se encierra, se mira, da vueltas entre frazadas. Está sola. Punto final.



Tu noche de excesos,
tu feria de besos,
tu cara en la hora del té.

la germinación del poroto.-


La germinación del poroto

Intenta hacerse, otra vez, café. Tira el sobre del edulcorante adentro de la taza y su contenido, a la basura. Raspa el fondo de un frasco de café instantáneo. El agua le hirvió y la derrama salpicando una zona de la mesada. Revuelve con desdén y corre otra vez al lado de la estufa. El invierno es más frío cuando se queda en casa.

Diversos factores conspiraron a favor de esta hibernación de algunos días. Un dolor de cuerpo profundo –síntoma  gripal impostergable-, una pila de apuntes, un poco de desprecio por las salidas en general y una baja sensación térmica. Una propuesta que no llegó la podría haber sacado, aún así de ahí, de acá. Y no.

Con diversas capas de abrigos se arrincona con su taza, se enreda como un gato en un rincón y es cercana la felicidad a la seguridad que provoca esa trinchera perfumada, de fotocopias y lápices de colores. Una batalla de ideas entre reproductivistas y productivistas, pero ella es testigo cómoda del intercambio de ensayos y discursos.

Recuerda entonces que una vez hubo quien la educaba con historias antiguas y le contó la anécdota –probablemente inventada, pero ya es lo mismo, o siempre lo fue- que recorrió las academias del mundo hace un par de siglos. ¿Un par de siglos? Medidas aproximadas bienvenidas, el rigor científico aquí, como en casi todos lados es una payasada saludable a la que no me interesa arriesgarme.

La historia cuenta o contaba que, antes, allí donde comenzaba la universidad terminaba la vida. Y al entrar, este humilde estudiante que aprendía latín y cargaba manuscritos de monjes copistas zurdos agremiados en sindicatos de dudosa actitud de lucha, llevaba entre sus pergaminos, portulanos y delicados instrumentos de cálculo, junto a sus herramientas de orfebrería y sus elementos para hacer magia. Él lleva, decíamos, entre todo eso, un frasco. Un frasco de mermelada. En él está realizando la primera germinación de porotos de la historia.

A ella se le antoja llamar a este estudiante Adso nada más porque conoce otro, y sabe poco de nombres medievales para jovencitos.

Y Adso, ese, lleva su frasco a todas partes. Lo pone bajo su catre cuando duerme y en el marco de la ventana al amanecer, para que las vidas incipientes puedan fotosintear a gusto.  Cuando va a cursar, lo lleva consigo. Tema que la hambruna medieval convierta sus brotes en una ensalada. Habla con los porotos que van perdiendo su piel para dejar latir la nueva vida. Ha dejado de comer vegetales porque dice “que tienen alma”. Adso no sabe que está revolucionando la historia de la educación.

En los claustros universitarios los que no le preguntan curiosos, se alejan de él burlones o temerosos de que se trate de alguna nueva herejía. Él simplemente contesta que enrolló uno de sus pergaminos usados y colocó entre ellos y el vidrio del pote, dulcemente, unos porotos que consiguió en la cocina del monasterio. “Quiero ver el momento justo en el que estalla la vida, ese en el que todo empieza”

Ella se desdistrae e intenta leer un párrafo más de la historia de la historia. Estuvo todo el día con el mismo, oscuro y laberíntico artículo de historia social, y ya le empieza a quemar el corazón de tanto medievalismo, Ilustración, Foucault y Derrida. Se estira en el piso como un trazo que se dibuja en el margen cuando no se presta atención. Abre los dedos de los pies y rota las muñecas. El momento justo en el que todo empieza.

Ella sabe que el impulso curioso y renovador de Adso atraviesa la historia y está presente en otros muchachos confundidos y con cortes de pelo incorrectos (cfr. cabello de Adso en el Nombre de la Rosa peli).  Por eso intuye, atina a descubrir, ya cerca de la anomia propia de quien se arrebuja junto a una estufa durante varias horas, que no podrá entender nada de lo que no entiende.

Adso nunca supo que su experiencia enamorada de la vida vegetal podría alguna vez ser de ayuda para maestras de todo el mundo y de todas las épocas a la hora de explicar cómo empiezan las cosas, y cómo salen maravillas de semillas que de otro modo, se usarían en una sopa y/o guisito.  Adso registraba cada pequeño cambio en sus seres casi vivientes, se emocionaba y sorprendía por el milagro de la germinación, pero no imaginó, no explicó, no dejó escrito en ninguna parte qué haría o se podía hacer con las conclusiones de tal avance científico.

Por eso ella no sabe cómo resolver la moraleja de ese cuento. Quiere encontrarle alguna veta emocional positiva que le sume en los conflictos actuales.

Y es que la germinación del poroto, como todo evento vital es básicamente inesperada e inexplicable. Ella puso todas las cositas en su lugar, regó, sumó luz natural y hasta un poco de amor, aunque al principio no se llamara así. Pero la intención de sentarse a ver cuándo y cómo comenzaba todo se vio frustrada.

Es que fue imposible notar lo que pasó cuando pasó,
entender que ya era tarde,
insolarse de certeza para poder detenerlo.
Saturada como estaba de locura y de colores nuevos,
cómo podría desovillarse,
deshilvanar lo que ya era la primavera completa.
De a pedazos, de a silencios,
se fue pegoteando en la vida de otro.
Se fue dejando leer,
se fue abriendo al sol y al agua
y al abrazo y a otro invierno con él.
Entonces aunque de poca importancia,
aunque sin palabras de amor y sin rubor en las mejillas.
Sin poemas, sin fotos, sin declaraciones,
sin testigos
y sin ni una sola promesa.
Aún así, contagiada a los besos,
despertada en la oscuridad en la cama incorrecta.
Germinada. El momento justo en el que el poroto estalla, nadie lo vio.
Lo que pasó después, se llama milagro.