Love is her best dress.

She never find a night good enough to wear it.

viernes

apocalipsis


El último libro de la Biblia no fue escrito por un loco ni por un vidente, sino por un poeta. Un poeta comprometido políticamente, preso y perseguido. El apocalipsis no manifiesta afirmaciones para el futuro, expresa la lucha por el presente. Está escrito en código, con signos y señales para ser leído por los militantes de la vida de toda la historia, de cada generación, en cada trinchera.


El apocalipsis es el fin del mundo sólo en este sentido: significa quitar lo que esconde, revelar, denunciar, renovar. Es el fin de nuestros mundos siempre y cuando sea decir la verdad, rebelarnos, limpiar, romper y rearmar. Y reamar


En el año de los fines que un ciclo se haya cerrado como la serpiente que se muerde la cola, como el sol que relanza la jornada, implica que todos conocimos nuestros límites y nuestros objetivos, que las crisis despertaron nuestros deseos más puros y que la incertidumbre entrenó nuestra intuición. Que dijimos que no cuando antes condescendíamos, que dijimos basta donde nos sometíamos, que nos animamos a los mimos allí donde nos atragantábamos en el aislamiento.


Que te hayas sorprendido pensando que todo daría igual si ya no estuvieras acá pero que hayas invocado al futuro comprando pasajes para las vacaciones, eligiendo la ropa para noche buena, planeando tu casamiento, atrajo el futuro hacia nosotros y al fin nos salvó del fin.

Que me haya preguntado dónde y con quién quería estar cuando terminara el mundo sobre todo fue preguntarme dónde y con quién quería estar cuando el mundo continuara. Qué quiero hacer y a quién quiero amar.


Aunque crea que vos sos mi apocalipsis y aunque sienta que el futuro se me va de las manos cuando pospongo un final o cuando me resigno en dos horas de siesta, los regalos que trae diciembre deberían repetirme que todo lo mejor está por pasar, que ninguna explosión nos justificará de no hacer lo que teníamos ganas de hacer. Y que la ilusión de un mundo que se apaga a sí mismo es una excusa para los que esperan dejar de hacerse cargo de construir lo que viene.

El apocalipsis sí es hoy y sí es así. Sí es un final y sí es crisis y explosión. El apocalipsis es la revelación de la lucha de los cristianos cuando el Imperio los perseguía y los mataba por tener fe. Es un código de esperanza y una contraseña de liberación. Es fundamentalmente revolucionario y por eso no cuenta ningún final. Sólo arroja pistas para construir el principio


martes

alguien canta en el lugar en el que se forma el silencio





Siempre que conozco a alguien, imagino la relación completa hasta la causa de su finalización, por lo que paso muchos minutos de mis transportes públicos creando el momento en que conozco a la familia, la primera pelea, el regalo de cumpleaños y finalmente cómo nos terminamos odiando y olvidando. Me hago un trailer breve e intenso que bicicletea ante mis párpados cerrados. Conozco todos los finales alternativos, hasta el personaje que muere y el ex que regresa. Las primeras horas que paso con alguien lo maltrato mucho e intento alejarlo de mí, porque sé lo mucho que me hará sufrir y descubro sus peores vicios y más grandes errores de su historia.


Será porque todos saben o porque muchos perciben que me enamoro de los lados oscuros, depresivos y suicidas de todo ser con quien me cruza el tiempo, que exponen sus tristezas y sus miedos antes de arrancar, y yo preveo el pedido de rescate. Salváme con tus colores”, y miro para todos lados repitiendo “otra vez, otra vez yo, tratando de auxiliar a un cronopio herido”. Entonces me entristezco con ellos, me asusto y me indigno con ellos, asumo sus vértigos y amo a mi manera. Que no significa reparar, que no significa arreglar todo para siempre.


Y es que todo daño emocional dura como máximo doce minutos, el resto del tiempo lo único que hacemos es atesorarlo, enquistarlo, dañarnos a nosotros mismos. La memoria hace fuego amigo contra su propio equipo cuando va clavando entre los ojos los dardos, las pistas que llevan al momento trágico del apagón, del latigazo del horror.

En la vida real, todo lo que termina, termina mal, por eso necesitamos tanta literatura y tanto cine con finales que nos mientan, que nos calmen, que nos alarguen un poco la vida y estiren el futuro y nos dejen intentar. Hay que sacarse el dolor a cucharadas y mientras te explico cómo, y te hago reír, y te propongo salidas originales y te hablo del latín y de Pascua Joven y te paso las curitas nos miramos enamorados. Cuando hayamos sacado tantos malos aires, tanta nube de tormenta de adentro de tus pupilas ya va a ser muy tarde. No me vas a necesitar, o yo estaré buscando huracanes nuevos.


Ya sé, hay cosas difíciles, como pertenecer a algo, el dolor de muelas y el intervalo entre que te dicen “tenemos que hablar” y la charla en sí misma.

Hay cosas intensas, como la mirada de De la Serna, el capítulo 93 de Rayuela, el café y el chocolate.

Hay cosas que duran mucho tiempo, como las asambleas de los troskos, los paros de subte y las horas en el consultorio.

Vos y yo no. Vos y yo somos fáciles, leves y efímeros. Vos y yo seremos reemplazables, olvidables, ínfimos en la memoria. Porque no nos lastimamos, porque no nos odiamos, porque no nos esquivamos. Terminaremos pronto como el día y como la mariposa y te vas a olvidar de mí y me vas a borrar de Facebook, y yo me voy a olvidar de vos y te voy a borrar del celu, porque no nos hicimos mal.

Porque no nos marcamos la piel, porque no tuvimos canciones propias, porque no me sacaste mi vestido preferido, porque solo nos cantamos las canciones de otras historias, apenas nos mostramos fotos de otros recorridos pero no planeamos ningún viaje, porque nos bientratamos, nos cuidamos y educamos.

Porque nos respetamos las historias, porque nos amamos la libertad, porque nos acomodamos las alas. Dibujamos constelaciones con los lunares, nos acuarelamos a besos y te dejé pegado mi perfume, sí, pero entre tanta mordida y tanto veneno, ¿quién recuerda lo bueno? 

Yo lloraré un ratito por vos en tu baño pero sin mocos. Vos me vas a extrañar un poquito en el viaje pero esa noche te vas a emborrachar sin mí. Vos y yo no seremos anécdotas para nuestros próximos vos y yo. No fuimos arte, no seremos recuerdo. Apenas refugio, apenas credo. Nunca fuimos nosotros, ni somos ahora ni estamos acá. 

domingo

El día que me quieras


Viste cuando recibís una noticia nefasta. Algo que pasó se hace palabras. Y entonces el tiempo es algo espeso y elástico. No sabés dónde poner el cuerpo. Mirás para todos lados, la lengua se queda quieta en su asiento, cualquier cosa que digas es poco apropiada, poco solemne, demasiado cursi. Abrazás a alguien, no sabés cuándo es correcto terminar el abrazo, te tirás en el sillón, querés que sea mañana.

Todos se miran, nadie empieza a hablar, alguien ofrece algo para tomar, la respuesta se muere detrás de tus dientes, exhalás y parece contranatural. Cerrás los ojos, pasan las horas, te preguntás si da seguir con el día, pintarte las uñas, pegarte una ducha. ¿Da? ¿Vale la pena? ¿Tiene sentido? ¿Tengo permiso?
Bueno. Así. Cuando decís o te dicen la peor noticia, la que hace que todas las demás duelan mucho más: te quiero.

Te quiero. La frase momento, la tarde esperada en toda vigilia, el sabor a mate que te extiende una mano querida cuando llegás a casa.

Te quiero. Así, estoy, deseo. Te quiero que es como esperar bajo el sol el colectivo y encontrar en él un único asiento vacío y tirarse y mirar por la ventana y la ciudad que linda es, como en el video de Puente, de Cerati. 

Te quiero, como jugar a la escondida y piedra libre para todos mis compañeros y el que te busca no te encuentra. Pero al revés, sentirte toda encontrada. 

Te quiero es, basta de vueltas. Quiero esto durante más tiempo. Un rato más, un día más, quiero un siempre para los dos. Porque hablamos del te quiero entre dos, ya que estamos.

Te quiero es te acepto y te banco y me quiero quedar acá. Es vértigo y constancia. Sos el juguete que quería que mamá me comprara, objeto de deseo, respuesta a mi pregunta, reacción a mi acción. Te quiero siempre viene con signo de interrogación al final pero también con punto final. Tequieropuntocalláte.

Te quiero es tirarse sin colchoneta esperando que el otro agarre. El salto del sapo en la panza cuando estás en el aire. Pero entonces te mira, te miro, digamos, y no respondo. Y pongo cara de "yo también estuve ahí, te entiendo, ya se te va a pasar". No te conviene.

Te quiero, no lo digas, no me quieras. Porque te quiero es un cheque en blanco, una compra en mercado libre a un tipo sin referencias, una droga de diseño nueva. 

Pero también es el sol sobre la vereda mojada, la noche tibia, la hora perfecta, el chapuzón de verano, la solución inesperada, la moneda que gira, la página en blanco, el helado de chocolate.

Porque te quiero nada tiene que ver con el amor y en nada se opone a él. Democrático e inclusivo, pero también hielo en la espalda. Complementa todos los amores y cada pasión. Deseo, refugio, primer plano, mediodía en la cama, hamaca paraguaya, tostada recién hecha, fin de semana largo, viaje en el tiempo, vos.

viernes

Cuidáte

Me subo al colectivo a cualquier hora, ya no sé si llego temprano de bailar porque son las 8 de la mañana, o si salgo tarde los días de semana a trabajar, porque son las 6. Salgo y vuelvo sin sol, cargada, maleducada, llevo ropa, libros, diccionario de latín, alcohol en gel, SUBE y algunas pociones por si acaso.

No sé si mi independencia te aburre o te preocupa, pero por las dudas, me tirás un cuidáte al final de la despedida. El ruego, la orden, se hace envolvente, abrazo ternura canción: cuidáte nena. Cuidáte por favor.

Lo que ni vos ni yo sabemos es que no te creés eso que socialmente aceptamos y llamamos independencia. Que esperás mis descuidos y mis grietas para verme caer, para cuidarme vos, para abrir la fisura y ponerle no sé, dulce de leche o amor.

Pero el momento memorable ya lo vivimos. Perdimos, probablemente, en la semifinal contra todos los clichés que en el mundo podrían haberse inventado. En tiempo récord. Cliché, si hasta pronunciarte es incómodo. 

Y sin embargo, y todavía, y con todo, cuidáte. El conjuro protector, tan juvenil tan coloquial, el deseo de que el escudo del amor de los que te quieren te acompañe y se quede con vos y en vos. Cuidáte. Cuando puedas elegir cuidarte y cuando no puedas evitar arriesgarte al azar de salir a la calle, cuidáte igual.

Y cuando te quedes solo, y cuando no te quede otra, por favor cuidáte. Sano y salvo. No te comas las uñas, no comas porquerías y no quieras a cualquiera. No digas todo lo que pensás y no vuelvas a pasarme tu número nunca

Cuidáte, de los que nunca están seguros y de los que saben todo. Del reloj del calendario y de la ansiedad. Cuidáte de la televisión los domingos. Cuidáte del alcohol. Cuidáte por favor de que las cosas queden claras alguna vez. Cuidáte, nene, de vos.

Y de las pibas como yo. 

La frase hecha, el saludo final, maternal, transformador y cuidador de tu vida y de la mía, que dicen todos y que espero de vos. Mi independencia es una estafa, es sólo la esperanza que grita, la esperanza de la existencia del ritmo de alguien que un día rime con mis propios relojes. Mi independencia es aferrarme a mucho más de lo que necesito y tener más de lo que tengo. Cuidáte es, siempre, cuidáme. 

Porque nadie te pide que te cuides solamente para que estés bien. Es para mí, cuidáteme, dativo de interés. Quedáteme, guardáteme, así, bien, como ahora, estáte.




Sano y salvo. Y bonito, por si volvemos a encontrarnos. 

lunes

bien slow bien slow


Cuando yo asuma, como descarto que sucederá cuando deje de intentar entablar una relación estimulante y duradera, y de escribir obras leídas y comentadas por todos, el primer paso será prohibir los programas de televisión que transmitan discusiones sobre temas banales. Si no se pelea por el amor, la guerra, la muerte o el hambre, no se peleará.
Luego se prohibirán todos los bailes de ritmos acelerados. Se mantendrán las danzas orgánicas, lentas y relajantes. Quedarán allí los deportes suaves. Prohibiremos los populares, masivos, carismáticos deportes de equipo. Ya no habrá chistes cortos y rápidos, y no se permitirá ninguna frase que no sea larga, compleja y profunda. Dejaremos afuera de los medios de comunicación social todo tipo de velocidad.
El rating minuto a minuto dejará de ser un tema.
La conexión a internet volverá a ser lenta, mucho más lenta que en los tiempos del 0610. Podrás ver una película por mes, que se descargará durante treinta días. Así que harás bien en elegirla con prudencia.
Las novelas de Tolstoi y las de Pérez Galdós duplicarán sus ventas, porque nadie querrá leer mensajes de Twitter llenos de elipsis y sin subordinadas. La producción y distribución de smartphones será prohibida antes de volverse completamente obsoleta, y las ganas de las caminatas, las cartas escritas de puño y letra y los besos sin prisa ni estrategia se multiplicarán en los índices gubernamentales.
Ya no buscarás la edición vertiginosa, la inmediatez del comentario ingenioso y vacío, no querrás más multitasking ni conversar con diez personas a la vez sobre el mismo evento intrascendente.
Dejaremos de desear la diversión como fin último. Y el aburrimiento, espacioso y fresco, será una oportunidad para encontrar poesía y filosofía en las manchas de humedad.
Y entonces, cuando nadie hable de tiempo perdido, cuando la contemplación del crecimiento del pasto nos dé lecciones, cuando los boletos de colectivo –que no esperaremos con ansias, en donde no maltrataremos al prójimo- vengan estampados con haikus. Entonces no habrá preguntas tontas ni respuestas incorrectas. La lluvia será el ritmo y otra vez, las nubes arte.
Y vos y yo perfectos, ¿por qué buscarías un lugar mejor?



martes

homicidio múltiple

Cuando se terminan las noticias, termina mi silencio y por fin, arrancan las palabras. Tengo el corazón roto. Mis ojos se vuelven transparentes para mostrarte.

Es lo del tren, por supuesto. Lo del tren es personal. Porque esta servidora se cruzó con Once dos veces por día, por muchos días, por cuatro años y yo ni una vez me acostumbré a su paisaje. Ni una vez acepté la alienación del viaje pero como con las amistades imperfectas, quise amarlo. Las estaciones son lugares de paso. Son, con Bauman, no-lugares, a menos que las habites.

Sé que habité la estación Once de Septiembre, y la plaza, y todo el barrio. Abracé con cariño cada una de sus grietas, todas sus mugres, todos los países de la gente que lo transita y lo labura . Once significó, de una vez y para siempre, que tuve lugares a dónde ir. Que tengo un lugar a dónde ir. Es, para mí y para tantos, la puerta de entrada al futuro. El camino del esfuerzo del que trabaja y estudia lejos de donde vive, del que pendula cruzando la ciudad de la furia entre vendedores ambulantes, codazos y pisotones.

Pero, repito. Nunca me acostumbré a ese dolor lento que es ver a quienes mueven la sangre del país viajando para la mierda. Hablemos claro. No me resigné a la resignación que vi en sus caras, al mal humor, a la incomodidad, a los malos tratos que entre ellos -entre nosotros- se propinan cuando sube una embarazada, una mujer con sus chiquitos, un pobre pibe arrebatador. Como si de ellos fuera la culpa. Como si no fueran otros los que se merecen toda esta ira.

No me acostumbro, no me resigno, a llegar a Once y que se abran las puertas y como en una batalla, los empujones, los gritos, alguien insulta y nunca falta el que agrega, hiriente,“Señora, si no le gusta, viaje en remis”. Como si la señora, que viaja con artrosis a hacer un trámite sin nombre, pudiera elegir tal cosa. Como si la señora.

Por eso, aunque el tren es para mí el lugar del encuentro, el de abrir los ojos, el comienzo de esta otra vida mejor que yo elegí plenamente convencida, el que me alcanza al mundo de las Letras modernas y clásicas, también es, desde siempre, un enemigo íntimo. No hace falta decir que hoy, todavía, quiero romper todo. Quién puede hablar de bronca racional en días como estos.

Estoy re caliente, les juro, porque nadie dijo nada, y el que habló fue como si no dijera. Y creo todavía que en esas horas lo más sano y constructivo que podía hacer era encerrarme en una plaza o una pieza a llenar de besos a Juan. Sin embargo no creo, no sé si está demás que yo diga hoy que quiero arruinar a puteadas a quienes se aprovecharon del dolor y la bronca para ir con una mochila llena de piedras a Once. A quienes se subieron a la basura colectiva para decir muchas veces “yo te avisé”. A quienes maltrataron, buitrearon, entretuvieron  como si fuera un reality y desinformaron y versearon y son los que hace años que no usan un transporte público, y van en auto de Recoleta o del country al estudio de televisión. A quienes utilizaron la ira y la tristeza de todos para poner a la gente en contra de sus propias elecciones.

Pero chicos, digamos todo, no soy de esas. Ninguno de los anteriores mató a nadie. Hablemos claro. No fue una tragedia. Lo que sucedió en los últimos –más bien los primeros- cuarenta metros de la plataforma dos de la estación Once de Septiembre el miércoles pasado fue un homicidio múltiple. Ni el periodismo, ni el morbo, ni los pelotudos del Facebook mataron a nadie. Pero alguien mató a 51 personas, porque alguien decide y alguien ejecuta. Fue un homicidio múltiple.

Todos sabemos que todo esto puede pasar cualquier día, a cualquier hora. Casi todos conocemos más o menos qué se puede hacer para mejorar un poco las cosas. Entonces, hay asesinos y asesinados. Lo de los trenes de la región metropolitana nunca es accidente. Todos los días es un robo, lo del miércoles fue un crimen.

Todos sabemos, todos opinamos, todos queremos. Todos aceptamos que el tren es, para casi todos nosotros, la única opción. Para mí, y para algunos, hay alguna otra, pero elegimos  esta porque no queremos ver la ciudad desde la temperatura ideal de la combi. El resto no me importa. Porque nosotros no le importamos un carajo. Porque no me van a leer.

El domingo fui al cine en el centro y, habiendo otros itinerarios, quise pasar por Once. Nos detuvimos callados frente al cadáver ferroviario, una columna acostada de mediasombra negra, y nos abrazamos porque nos caíamos de tanta soledad. Frente a una valla, unas flores arrancaron una oración breve y silenciosa de mi corazón. La única herramienta que me queda. El único regalo que tengo.

Sé que a ninguna muerte le sirven las palabras y ya aprendí que las mías sólo son gotas en la tormenta. Pero no quiero cerrar este diálogo sin decir que menos que nunca hablo desde lejos o desde afuera. Estoy toda involucrada, mi cuerpo me pasa factura todos los días del dolor que me atrapó desde la noticia. Cada uno de los que viajaban en ese tren, como los que lo hacen todos los días, son de mi equipo.

No quiero dejar de decir que soy de las que siempre caminan por dentro del tren para no caminar por el andén y así ahorrar unos minutos de la hora y media de viaje que separan mi casa de mi Joaquín V. González. Porque viajamos tres horas por día, señor. Trabajamos seis, siete, ocho horas, estudiamos cuatro o cinco. Y viajamos. Si usted entendiera que no es un capricho.

Pero nuestra única venganza es ser felicesNo quiero irme sin recordar con una lágrima de horror o de agradecimiento que muchos amigos estaban ahí, o en el tren anterior, o en el siguiente. Que cada día me entero que alguien importante para algún amigo o conocido, fue asesinado en el tren ese día. Y también quiero, porque puedo, contarles que si mi cuñado, mi hermano político, mi hermano, hubiera caminado esos metros por dentro del tren el miércoles, estas palabras serían  muy otras, si hubiera fuerza en estos dedos para decir algo. 

miércoles

Vos sí tenés la culpa de que el mundo sea tan feo.-

(Los brillantes)

Cuando el contenido de todo el registro de las historias de amor que amaste en tu vida está conformado por un collage de canciones y fotos a media luz, con rincones de cuerpos idealizados que no podés hacer otra cosa que despreciar y extrañar extraños y recordar en desacuerdo, como se aborrecen y se adoran los ídolos y santidades de un estante.

Cuando todas tus preguntas tienen más de tres renglones, tus dudas padecen el tamaño de un dios planetario y tu universo la medida de tu esperanza. Cuando la pregunta más difícil es qué hacer hoy, y la más sencilla, por qué no morirse mejor.

Cuando te hacen ruido todas las frases hechas y no te cierra ni una sola de las convenciones sociales que te impone el mercado del reality show. Ni Facebook, ni Michel Teló te convencen. Pero tampoco el traje, el curriculum vitae, papá mamá estoy de novia. Asado, brindis, lavar los platos, chismes en la cocina, after office, el primer auto, zapatos nuevos con plataforma de madera. No, no.

Afuera está nublado y por eso gris y por eso no sabés si los atletas salen esta mañana a correr. Tu fiebre levanta, te despega de tu cara y te mirás. No sos grande y hoy no salvaste el mundo. No sos nadie, sos alguien pero de bordes difusos. No amaneciste solo, pero decir que no estás solo probablemente sea tan pretencioso como el pronóstico meteorológico de esta tarde, que cada tanto consultás como si alguna vez, de casualidad, hubiera acertado.

Hacés planes para esta semana. Tal vez tu mirada a largo plazo llegue a ese binomio que ya no te interesa. El de viernes-sábado. Lo siguiente que sabés es que te recibís en unos años. Que querés irte a vivir sola para poder almorzar un cuarto de helado de limón el domingo y después seguir durmiendo.  Y tener un gato que se llame Cheshire.

Pero sabés que pocas cosas pueden pasar. Que no se abre a cada paso un mundo de posibilidades y que no tenés en tu mano el poder para cualquier cosa. Te autoproclamás obrero del sistema y querés salir de ahí porque no das más, porque no alcanza con hacer todo lo que tenés que hacer para hacer todo lo que querés hacer. No bastan los kilómetros acumulados que tenés en la SUBE para viajar los viajes que soñás.

Leés Freire, Marx y Bukowski y tiene sabor a poco volver a casa mareado, tirarte en el sillón, morirte de risa, morirte de amor. Amor agridulce, ambiguo y discapacitado, estacional, virósico, enfermo y adictivo, pastillita amarilla de amor.

Mirás por la ventana. Vos sí tenés la culpa. De estar ahí, de que ese sea tu barrio, de los números finales del PBI. Vos sí tenés la culpa del lenguaje que usás y de lo que provocás con él. Tenés la culpa de la belleza que creás y de la fealdad que construís. Caen todos los ladrillos de tu historieta sobre tu nuca. Tenés la culpa, vos sos vos y tenés vida. Las esquinas que no doblaste y las miradas que no recorriste. Tenés la culpa del hambre en África, del frío en Europa y de la angustia carnavalesca latinoamericana. Tenés la culpa de la peste negra, la guerra fría y de la revolución argentina. Si te quedás ahí, cruzando con miedo al almacén, tomando té de frutillas y viendo amanecer desnuda. Es tu culpa.

Y entonces te tirás, literalmente te dejás caer y te preguntás qué parte falló, si tenías todo tan claro, eufemismo, la tengo clara, miro al horizonte y sé qué viene después de la línea. Terminé el secundario, sé que quiero y a dónde voy. Conozco lo que me gusta y lo que hago mejor. Y después la línea se la aspira alguien, se esfuman los calendarios. Estás acá, y cuánto creciste. Es una pregunta.

Porque por qué alguien, en alguna parte del mundo, podría mirarte orgulloso de vos. Otra pregunta. Pasan los minutos. Sube el humo. Por qué el puto individuo que odiás todos los días, empecinadamente, te extrañaría. Cuáles son las razones que te hacen único e inolvidable. Quién te dijo que dejaste todas esas marcas que estás seguro de haber dejado. Te hacés otro mate. Se levanta la mañana, la vecina no habla bien de vos. Buen día. Seguís sin corpiño.

Cómo, con todos tus dones y talentos, con tu maravillosidad a cuestas, con esa carita irrepetible, podrías triunfar, llegar lejos, romperla, comerte el mundo. Por qué tu mamá, tu compañero de banco de primaria, tu profe preferida, tu primer jefe te enterraron en el medio del barro y ahora te ven caminando en zigzag, como un científico a su rata de laboratorio, con un cariño cercano a la perversión, a la ironía, a la crueldad más cruel, que es la crueldad del que te quiere bien. Te pusieron en el barro y ahora te miran, te miran esperando, como diciendo “a ver cómo hace este para poder brillar”.



martes

Curriculum vitae


Explica en qué lugares aprobé evaluaciones. Y dice qué cantidad de profesores pusieron su firma en mi libreta de materias aprobadas.

Define qué espacios recorrí para cobrar por ello. Experiencia laboral le llaman. Indaga sobre las actividades que realicé durante treinta días para un día salir y comprarme un par de zapatos. Y dos pares de libros.

Pero no pregunta sobre lo que escribí en los bancos de la escuela, o lo que hice en los primeros recreos. Ni en qué clases dejé de prestar atención por pensar en algunos de ustedes. No le interesa mi materia favorita, ni por qué abandoné inglés, ni cuántas estaciones hay entre mi casa y Once.

No le importa nada del día que lloré en un aula. Ni le gusta saber que en el trabajo que no soportaba rompí dos monitores sólo con la mirada, toda eléctrica estaba. Esto es verdad.

El curriculum vitae,que es el archivo adjunto que desde mi netbook está viajando a distintos puntos del país, no cuestiona por qué ni cómo decidí que lo que hago es lo que soy, y que lo que hago es lo que me hace y que lo que intento es mi verdadero camino.

Al curriculum vitae no le importa lo que no logré, lo que me quedé buscando y de hecho, no le interesa que a mí no me interese para nada la idea de una carrera. Lenta y disfrutable, me espero en libros nuevos. Tampoco sabe que no cuenta todo sobre mi vida, sino que apenas determina algunas pistas falsas. 

Pero tengo excelente ortografía y puedo dormir menos de cuatro horas por noche. Puedo caminar con tacos muchas cuadras, soy zurda, beso bien, pego algunas frases majestuosas que quedan en la memoria de alguna gente, bailo la música de moda sin prejuicios y me apasiono por las multitudes. Tengo muchos vestidos y uso ropa de colores. Soy excelente para recordar frases textuales y para analizar desde un paradigma populistamágico textos de Foucault, Freud o Deleuze y Guattari. Soy formalista y amiga de Paulo Freire. No me gustan Macri ni Vargas Llosa. Entusiasmo a unos cuantos y me cuesta mucho cansarme. Viajo sonriendo en todo transporte público.

No sé usted cómo. Cómo hace para resistirse a emplearme.