Love is her best dress.

She never find a night good enough to wear it.

martes

la huida

La noche empieza a caer, pero nosotros estamos muy por encima del tiempo. Por momentos me distraigo y miro los títulos de la biblioteca que te enmarcan. 

Las ediciones perfectas, las historias sin terminar. 

O miro a la ciudad que titila en segundo plano, me pierdo un poco en una luz lejana "hay alguien junto a esa lámpara", pienso. 

Espío este rincón de tu vida con miedo de no poder salir y sin cuidado por lo que puedo romper cuando paso. 

Las frases cortas, las miradas largas. El duelo me va debilitando mientras mis argumentos, elásticos, buscan desesperados en la bolsa de palabras, la definitiva, la justa, final.




miércoles

la muerte encandilada

Sumida en los últimos guijarros de adolescencia, en una confusión crepuscular de asalto del medioevo, se recordó con pollera de jean y zapatillas Topper de lona, mirando la unión de la pared con el suelo sin zócalo, el suelo de cemento irregular y un vaso de plástico con gaseosa de segunda línea temblando en sus manos con las uñas pintadas de verde.

La mirada en el techo todavía, el dolor en el cuerpo por los caminos que se habían cruzado sobre ella en las últimas horas. Cada vez era más sensible a las miradas, a los latidos, a las pulsiones de dolor y deseo que circulaban en los que se ponían cerca de ella. 

Ruido de tambores, orcos, luchas sordas. La Comunidad atravesaba días difíciles y los sonidos del exterior, amortiguados por el sueño y las sustancias le hicieron creer que al fin el Fin se estaba aproximando al territorio del barro. 

Pero la muerte encandilada con los fuegos que la peinaban, ya una vez la había evitado. Y ella ya no había vuelto a creer en los finales. Ni en los adioses ni en los amores ingentes. Ni había vuelto a sentir en la piel el escozor de la ternura plena. 

Se levantó, se puso un pantalón largo, examinó la temperatura y se lo cambió por uno corto. Abrió la puerta y sintió frío pero aún así recorrió los alrededores de la morada en el barrio del barro. No había batalla cerca, sólo una murga salamera acompañaba un nuevo emprendimiento comercial. Sintió que tal vez no era el mejor día de los tiempos de la Comunidad para eventos como ese.

Junto al árbol de los presentes sembrado con luces, un limón a medio exprimir. Nunca como ahora había sentido la fragilidad de la gratitud combinada con amarguras del pasado y glorias chiquitas. Todo era inicio, en esos días. 

Sentía el emblema brillando en el pecho, el vértigo de los insectos en los intestinos justo antes de que el chico que le gustaba la sacara a bailar. Pero entonces venía otro, era otro el que la miraba y bailaba con ella en zapatillas y acné. Y eso era todo, y estaba bien, porque después de todo crecer, en las horas de la madrugada de verano, no era más que acompañarse. 






sábado

Esta noche todo es cerveza, vestidos y pies descalzos.

Aunque el suelo estaba lleno de trozos de vidrio y clavos, siguió caminando con los zapatos en la mano. 

Con los zapatos en la mano, como después de aquella última noche del diluvio en la que regresó a casa bajo la lluvia, sobre la inundación, con la claridad del día llegando muy tarde, tomando el colectivo que la dejaba más lejos de casa, rechazando la invitación de un desconocido de acompañarla. 

Entonces, unas cuadras más adelante, se encontró con un ex novio ingrato que le preguntó, como si hiciera falta, cómo había llegado hasta allí, con quién había viajado. Con los zapatos en la mano y el maquillaje corrido, con una dignidad antigua, respondió, como si hiciera falta: "Sola"

En medio de la multitud y el desastre, había tomado su mano. Le había pedido por última vez que no la dejara sola. Él la había dejado sola. Y ahora, la lluvia es un espejo que me ayuda a verte bien, la miró empapada, con el vestido rojo y con los zapatos blancos en la mano izquierda, y rió hiriente.

Sola y descalza. Y con un vestido corto. Total, las infecciones no eran lo que la mataría.

Era el amor, era la mirada del amor, la que revelaba su lado más oscuro. La que la dejaba en huesos y plagas, toda hecha un manojo de dolores y pasados.

Eran las palabras del amor, las palabras de Dios, las que le quitaban el aliento y los argumentos. Se veía reflejada en un espejo distorsionado. 

Era como un hielo en la cerveza, era como ponerse pestañas postizas. 

Habían sido encuentros aislados, habían sido soledades reunidas, ella había sabido amar y lo había hecho con cordura y con locura en intervalos sinuosos.

Pero ahora no sería el amor lo que embellecería sus días y sus mejillas. No sería porque no sería. Sencillamente, porque el amor no tiene antónimos. No se define por su opuesto. 

Porque el amor es simple y sencillo. Pero no es fácil. 

No busques mi bondad en diciembre, no busques la verdad en enero. Yo solamente sé sonreír. Sonreír y desviar la mirada.

Pocas tardes se había sentido tan acompañada como aquella. Por eso la caída del sol era como una bajada abrupta en montaña rusa. Por eso esa noche, la noche, la noche de los tiempos, todo era cerveza, vestidos y pies descalzos. 

Nunca había estado tan expuesta a las heridas. Nunca como ahora, con una armadura hecha de estrellas.

A las tardes de sol las suceden noches de estrellas. Son reglas prácticamente incorregibles. Esa no era una noche de lluvias ni de espejos. Y sin embargo, y sin embargo.

Ningún puente, ni siquiera ese puente se sostiene de un sólo lado. Me invitás a saltar y no se sostiene de un sólo lado. 

Un poco más de cerveza fría. La noche era una mermelada de ciruelas, dulce y tibia. Y en la jalea de allá arriba se pegan los suspiros de los dos. 

Un poco más. No se atrevió a buscar un buen vino, era peligroso mezclar vino y soledad. Era peligroso mezclar caricias y soledad. 

Un vestido corto. En las mejores fiestas ella usaba vestidos cortos. Zapatos y labios rojos. Sentía que era el mejor disfraz para que el amor no la encontrara. Un disfraz cómodo para bailar, besar y huirse.

Un silencio largo. Una pausa espesa. Esa conversación debía terminar. Un muro y un vuelo raso, sin mirar atrás. Como antes, como en la madrugada del diluvio. Como siempre, con su pelo suelto en el aire. 

El amor es su mejor vestido. Ella nunca encuentra una noche lo suficientemente buena como para usarlo. 



Hoy sabemos que hasta las moscas sueñan. 

martes

eclipse de mal

Cuando todo terminó, lanzó su mirada muy lejos y ya no pudo regresar. El viento claro de la noche mecía su cabello enmarañado.

De repente, como un fragmento extraviado en otro tiempo, recordó aquel episodio en el que, durante un viaje en remis un desconocido sentado en el asiento de adelante le besaba las yemas de sus dedos, mientras sus brazos se extendían a ambos lados del respaldo. 

Lo pensó otra vez. No sabía si había sido así o al revés. No estaba segura, tal vez había inventado esa memoria.

Se preguntó por qué siempre se sentía muy sola después del amor. Se preguntó por qué ahora le quedaba claro que eso había sido amor, al menos hecho de la misma sustancia que el amor, y que la consecuencia inevitable e inmediata era la soledad. 

Miró el corazón de la noche y encontró el reflejo de sus siniestras sospechas. La oscuridad del final de la primavera era un mimo del cielo. Calor, ternura, liviandad. Pero ella sólo vio allí anticipos del fin. 

No dijo nada, porque cada encuentro la ponía taciturna, y se iba hundiendo en un pozo interrogante. No dijo nada, mientras él intentaba pescar palabras en las aguas de sus ojos. 

No supo por qué a él le incomodaba tanto su silencio. El cielo anaranjado del amanecer ya se reflejaba en sus ojos de buscador, mientras trataba de leer su mente y volvía a preguntar qué pasaba por ella.

Su voz cálida seguía martillando en el mismo lugar, pero sin horadar la piedra, ya era tarde, ella ya se había vestido. Le había dado la espalda, era una despedida.

Él no entendía, o no quería entender las certezas escritas en esa ausencia, en ese silencio. Ella ya había dicho todo, ahora no tenía palabras, sólo un abismo de formas y colores, vacío de letras, insomne de signos, libre de dolor.

No sabía que esas también eran las reglas del juego, que no había lenguajes ni clasificaciones para el encuentro, que era siempre no ser, que era otra vez no estar, que era dejarse arrastrar por la espuma tornasol de la catarata de besos pero no podía, no podía ser construcción ni búsqueda ni la autosuficiencia propia del amor. 

Pero no hay nada más profundo que la piel. Por eso los poros eran los portadores de la afirmación, los dueños de la verdad. Y ella, a merced de los impulsos del cielo, sincera en el error pero cada vez más distante, soltando las últimas anclas, impermeabilizando todo el corazón.

Huía de ella una libertad apasionada que la había llevado hasta allí, que la había dejado entregarse a las oportunidades, que ya era toda dudas y fragilidad, una niña cansada de hamacarse en la plaza, un ovillito de soledades. 

La voz convincente y jaspeada de él, una voz llena de matices, una gran voz de actor, seguía repitiendo frases sin remate, que hablaban de vuelos, que buscaban verdades. 

La voz de alguien que ya estaba lejos y en camino, que ya había armado una mochila con poco equipaje, que rozaba con la punta de los dedos una boca que se iba quedando sin saliva, que iba borrando las huellas que dejaban sus pasos livianos e inconstantes.

Era tarde, era demasiado tarde, incluso para despedidas. Podrían no haberse encontrado jamás, o podrían incluso seguir coincidiendo. A ella se le antojó que eso ya no sería una opción. Él quiso sacarse de los bolsillos los problemas que le quedaban. Aunque hubiera querido que ella fuera suya en algún momento de la noche. 

Pero el sol subía y era demasiado tarde para posesiones. Ella ya se había vuelto a poner su vestido y seguía callada. Él ya había vuelto a mirar un mapa, él ya había regresado a la desorientación vital mientras sincronizaba su búsqueda con el ritmo cadente que sonaba. 

Las puertas se habían cerrado una tras otra, semáforos en amarillo, y juntos y abrazados se iban quedando cada vez más solos.

Una tristeza de Getsemaní la invadió, mientras se rompía un bretel del vestido y los reclamos quedaban cada vez más lejos. Su cuerpo yacía fatigado pero no tenía importancia el cuerpo ya, todo el placer se había deshojado. Buscaba en el silencio una respuesta, mientras él dialogaba con su camino y hablaba por los dos.

Salieron y caminaron sin mirarse. En un instante confuso, se dijeron que chau. Ella no se percató que seguramente era la última palabra que oiría de esa voz de pastor. O tal vez sí, y por eso se mintieron sin verse las caras, alejándose de todo, pensando ya en llegar y dormir.




Mientras lo veía alejarse con pasos musicales, deseó haber sido bella de verdad. Cuando se encontraron, los dos ya se estaban yendo. 




sábado

Enamorarse es una mierda.-

Resolvió en la resaca que su vestido preferido estaría bien, porque estaba arrugado a los pies de su cama, y no hacía frío. Agregó un saquito con estampa de rosas, no hacía frío.
No hubo peinado ni maquillaje. Le gustaba verse con los ojos hinchados y las raíces pegoteadas, como recién levantada, recién acariciada, como si. No se sentía sola pero sí abrumada, desechó los miedos y los peros, salió a la calle. 

Caminó a su encuentro, la espera del colectivo en la esquina, la tarde caía lo que el viento levantaba. Volaba su pollera y los poros se inflamaban. Hacía frío, un poco de frío. Pero se sentía bien porque se sentía así desprotegida. Antes de subir oyó a uno bajito con visera cantando "Luz de día". Siempre supo que lo fantástico se deslizaba con frecuencia en sus días, pero en el último tiempo había aprendido a intuir el momento justo de la irrupción, el instante en el que la chispa de lo bizarro armaba el puente con aquellos otros mundos imposibles que introducían reglas rotas en éste. 

Y se había vuelto una aliada implacable de aquellas transgresiones. Sabía volverse colaboradora incondicional de lo inesperado, cada vez con arte más sutil para no espantar a los espectros del azar y menor crueldad para atraer a los fantasmas de la ternura lúdica. La canción dejó de sonar dos pesos por favor y se acomodó en un asiento junto al pasillo, más bien atrás, como no siempre hacía. 

Horas más tarde descubrió la mirada de él disolviendo su atención y se sintió amenazada, despejó el panorama con una carcajada y cambió de tema pero era tarde. Sintió la punzada en la nuca, un tipo inconstante y ridículo le había enseñado a darse cuenta cuando querían besarla, era un don de transferencia, parecido a los nervios por examen, sencillo de notar. 

Pero era un no. Desde el principio todas las intersecciones iban en su contra, no sería posible, pensaba, que la negativa se revirtiera. Recostó su espalda contra la pared, estiró las piernas en la alfombra y tomó otro sorbo de vino, era un no y las próximas noches estarían ocupadas de una actividad onírica turbia, dadaísta, un insomnio tibio provocado por esa tensión desmedida que alguien que no tenía errores en su biografía le planteaba al tratar de trazar un puente de tiza hacia ella.

Debía ser un no. Cuando fue sí, ella transitó espacios interestelares con individuos brillantes de quienes usurpó todas sus propiedades celestiales, exprimió los mejores dones de ellos pero a cambio de palabras tiempo viajes épicos silencios de tragedia griega. El sí fue sinergia cítrica creación espanto y poemas de Maiakovsky. Nunca tuvo paz en el amor, y los abandonó uno a uno fastidiada e hiriente. Por eso ahora no. 

No le molestaba mirarlo ni caminar a su lado ni pasar el tiempo con él. Le parecía bien hablar de cine, libros y que él eligiera la banda sonora de sus momentos. Estaba todo demasiado bien pero no sería. Porque no la inquietaba, no la transformaba, no le impedía respirar con fluidez antes de dormir. Porque además nada le prohibía acercarse en el silencio instalado, mirar a los ojos, y sonreír, darle permiso para seguir adelante. 

Sin embargo, no era así como lo nuevo se abriría camino en el laberinto a ciegas que era ese domingo. 





- Enamorarse es una mierda. Lo único que nos salva de eso es el amor. Habría que pasar, directamente, al amor. Saltearse las ansiedades y estrategias, desandar las búsquedas y convencer a las intuiciones. 

- ¿Por qué no, entonces? 

- Porque no toda opción es una decisión me parece. O algo así, ponele. Porque no todo se elige fríamente, no se elige con los ojos o con la sinapsis neuronal, como quien calcula el precio de los diferentes tipos de lechuga. Porque ahora ¿ahora? elijo con el cuerpo y los latidos, las pulsiones y las señales. ¿Alguna vez te enamoraste?

- Alguna vez, sí, creo.

- ¿Creo? Enamorarse es una certeza nefasta, como la muerte. No hay preguntas ni ecos, solamente una sola respuesta ingrata. Es tragar mucha agua con cloro en la pileta, es la noche después de que el sol te queme demasiado. Disculpá las metáforas veraniegas, pero viste. 

- Entonces no.

- Yo en la próxima jugada ya no quiero enamorarme. No quiero besos por celular ni indirectas en redes sociales, no quiero misterios sino canciones que empiecen con un rasgueo laborioso. Nada de un primer beso de despedida o un te-amo esperado. Un amor de prepo, un amor al principio del amor y no al final del desgaste. Amor entero, no tan descremado ni pasteurizado. Sin procesos ni escalas que venga a casa con un vino, que veamos películas hasta quedarnos dormidos, que me tire en su sillón y cuente mi día, que me interrumpa para contarme una anécdota de hace tiempo y entonces yo una cita de Cien años de soledad, y entonces él un comentario sobre una columna de opinión de Página y después pasan las horas tomamos té de rosa mosqueta y después café con leche y después del vino agarro un libro y me quedo leyendo en un rincón hasta que la próxima duda simple.

martes

#atraigotempestades

El vino sin hielo ni soda ni jugo. El café sin edulcorante. El mate amargo. 
Sospecho de la gente anémica, con presión baja, con Coca light, descafeinada, que prepara finales con tiempo, que no se enamora de sus amigos. 
Los desafíos, los peligros, los destiempos. Los riesgos de la noche de la calle del tren del alcohol. 

Cuando tenía pocos años desintonizaba la radio, enojada porque no ponían lo que yo quería escuchar. Bueno, ahora es parecido, pero diferente.
Muchos años después trabajé en una oficina aburrida para salir corriendo a cursar y no dormir nunca. La última semana allí tuvieron que cambiar dos veces el monitor de mi PC. Se quemaron, uno tras otro.
Un mal día en el colegio quise prender la luz y saltó la térmica de medio edificio.
Y una vez una persecución en auto terminó con un casco hecho proyectil y una lluvia de vidriecitos en mi pelo.
Hace unos días me quedé a la tarde en el trabajo: amenaza de bomba, evacuación y lío.

Cuando de chiquita crucé la avenida del Cucú de Carlos Paz en medio de los autos, cuando de más grande me devolvió la vida el mar.
Cada vez que vuelvo empapada, mamá se ríe porque sabe que toda tormenta me va a agarrar en la calle. Sin paraguas. Cuando llueve mucho, evacúo en la madrugada y desenchufo todo porque mi habitación de techo de chapa se inunda.
Una vez, dónde estará, aún no lo sabía, escribí un ensayo que caracterizaba la historia argentina como una serie de tormentas. El vivir literario tiene esas constancias.
En siete días en Río de Janeiro, cinco fueron de lluvia persistente y sin precedentes en el clima de la ciudad. 
El día que la arena fue cama, el sol fue suficiente para curar tanta humedad. 
Y así, las tempestades me acompañaron la identidad y me acuarelaron los colores. El agua, dice mi mamá, el agua tiene algo con vos.


miércoles

Confirmación

5:05. Me quedaba, todavía una hora para dormir. En esos tiempos de madrugadas trabajadoras no era despreciable ningún minuto de la noche. En esos tiempos no dormía nunca más de cinco horas seguidas. Excepto los domingos suicidas de resaca, y no todos.

5:05, miré en el celular. Me había acostado con el reloj puesto porque la normalidad se alejaba de mí a vuelo rasante, pero la pantalla cuadrada era la única luz en el lugar, y me indicó el momento. Parpadeé, y supe enseguida que me había despertado con un beso. Como en el revivir de la bella durmiente; necrofilia y violación. ¿Cómo me vas a besar dormida? ¿Cómo me vas a despertar así?

Un beso en la frente. De repente me habías dado un beso en la frente. No hubiera querido despertarme. Creo que no venían más besos. Pero me hubiera  gustado preguntarte por qué ese.

Compartíamos un espacio desconocido pero con características que para mí eran habituales. Algún rejunte multitudinario de gente en el que se hacen filas para vivir momentos cotidianos, como comer o bañarse. Un espacio desconocido pero posible, frecuente en mi vida pero no cotidiano. Actividades que difícilmente compartiríamos. 

Pero hacíamos lo de siempre, hablábamos caminando. Caminábamos hablando. Transcurría, en tiempo onírico, un día cualquiera. 

Hasta que me diste un beso en la frente y me despertaste así. No lento y solemne, como la bendición de los padres a sus hijos. Tampoco el beso tierno y cuidante que calcula la fiebre a puro amor. Un beso travieso y púber, en un costado de la frente, como quien deposita dulzura espontánea. 

Hace mucho tiempo quería a alguien. Con él nos marcábamos así cuando creíamos que las despedidas eran definitivas. Nos dibujábamos cruces con los dedos y un beso en la frente, porque era contraproducente que fuera en la boca pero era necesario besarse igual. El tiempo nos recordó que no era para siempre el amor pero tampoco lo era el adiós. Lo único que permanece es la bendición. Y la desilusión, la desilusión también.

5:05 Me desperté. En el sueño, me habías dado un beso en la frente. Hasta tu estatura era onírica, porque te agachaste un poco para llegar a mi frente, un poco a mi derecha, bien cerca del crecimiento del pelo. Durante el día reconstruí el momento e inventé que con tu mano izquierda sostenías el movimiento levantando mi nuca. Me parece que no fue así. Pero puede empezar a serlo. 

No era la primera vez que me dormía escuchándote pero era la primera vez que soñaba con vos. Creo que salí de ahí porque no podía manejar ese roce inesperado y la carga simbólica del gesto generaba demasiadas preguntas como para que la razón no quisiera participar. Pero aunque el acercamiento, suave y profundo, me llenara de dudas, también fue una confirmación.

Como el sacramento, la confirmación es una unción en la frente. Un sello indeleble que nos confirma en una opción. Y una firma que nos hace cargo de algo. A las 5:05 entendí que lo que necesitaba de vos, buscaba y construía en mí, era esa confirmación. El fin de mis incertidumbres, una respuesta a mis ecos, un sello en lo que intuyo. 

Me confirmaste en vos, quedándote en mí, dejándome ser yo. No importaba qué pasara en este plano, si nuestros cuerpos se encontrarían alguna vez, si esas proyecciones encontraban un espacio en nuestras vidas llenas de destiempos. De las horas en las que iba a dormir y me mantuviste despierta, de los lugares a los que fui para encontrarte, de nuestras vidas transformadas, de todo el tiempo perdido perdidos. 

Una confirmación que me llena de preguntas nuevas. Algo de mí siempre va a ser tuyo, algunas ideas de trasnoche y unos párrafos amargos. Y un sueño. Algo de vos que me queda y te robé, un simulacro de tu otro, el reflejo de tu reflejo, una chispa de vos, tu imagen inclinándose para darme un beso en la frente a las 5:05. 







lunes

16 de septiembre de 1976

(collage arbitrario y personal de voces al respecto)

Día Nacional de la Juventud
En 1988 la Legislatura de la Provincia de Buenos Aires sancionó la Ley 10.671, que establece la fecha del 16 de septiembre como el “Día de los Derechos del Estudiante Secundario”. La norma, además, incluyó la indicación a la Dirección General de Cultura y Educación para autorizar y promover que se desarrollen “clases alusivas a esta conmemoración, al tema Democracia y Derechos Humanos, brindando información sobre los sucesos acaecidos el 16 de septiembre del año 1976, remarcando la importancia de los valores democráticos en contraposición a la arbitrariedad de los regímenes dictatoriales”. Además, se autoriza a los Centros de Estudiantes, a realizar toda actividad cultural y/o deportiva tendiente a conmemorar lo especificado.
Posteriormente, en noviembre de 2006, el presidente Néstor Kirchner elevó a la Cámara de Diputados de la Nación un proyecto de ley para establecer el día 16 de septiembre como Día Nacional de la Juventud, aprobado en comisiones pero no tratado por el cuerpo. Los fundamentos del proyecto expresan que “la elección de esa fecha para representar el Día Nacional de la Juventud trasciende el dato histórico y busca establecer el hecho simbólico (…) Se propone, así, instituir un Día Nacional de la Juventud que tenga por objeto que los jóvenes de nuestro país se reconozcan como protagonistas de su propia historia, sujetos de deberes y de derechos, ejerciendo plenamente su libertad y sus potencialidades, y manteniendo la lucha, siempre interminable, por una patria para todos”.


Estudiantes secundarios en la dictadura

(fragmento del Nunca más)

«Cuando llegué a "La Escuelita" (Centro clandestino de detención), había alrededor de una docena de jóvenes de 17 años, todos alumnos de la Escuela Nacional de Educación Técnica N° I de Bahía Blanca. Habían sido secuestrados de sus domicilios en presencia de sus padres, en la segunda mitad de diciembre de 1976. Algunos llegaron a estar ahí por un mes, siendo duramente golpeados y obligados a permanecer tirados en el piso con las manos atadas en la espalda. Por lo menos dos de ellos fueron torturados con picana eléctrica. Posteriormente fueron liberados. El motivo de.sus secuestros fue un incidente que habían tenido con un profesor (militar de la marina). Al finalizar las clases, había un clima de alegría en la escuela; el citado profesor los apercibió por el bullicio y los alumnos no se sometieron a sus órdenes. Por ese motivo, los expulsó de la escuela. Los padres de los alumnos elevaron protestas a las autoridades militares y pidieron la reincorporación de los estudiantes. Las autoridades les "advirtieron" que finalizaran con sus pedidos "o se arrepentirían". Días más tarde, grupos de encapuchados fuertemente armados irrumpieron en los domicilios de los estudiantes, secuestrándolos».

Los seis desaparecidos de la noche de los lápices

DANIEL ALBERTO RACERO (En la foto)
“Calibre”, 18 años.
Hijo de un suboficial naval peronista que murió en el 73, trabajó desde pibe como mensajero. Cuando ingresó a la UES del Normal 3 de La Plata, escribió: “Encontré una trinchera para luchar por una causa justa”. Realizó labores de vacunación, recuperación de viviendas y apoyo escolar en barrios pobres y participó de la conquista del BES. Secuestrado en la casa de Horacio Ungaro el 16.09.76 en Arana y Pozo de Banfield. 

MARIA CLAUDIA FALCONE
16 años
Hija de un ex intendente peronista de La Plata, se sumó a la UES a poco de ingresar a Bellas Artes. Después del 73 participó en tareas de apoyo escolar y de sanidad en barrios pobres de La Plata. En el 75 participó activamente en la campaña por el boleto estudiantil secundario (BES). Secuestrada 16.09.76 en la casa de su abuela paterna, fue vista en Arana y Pozo de Banfield

MARIA CLARA CIOCCHINI
18 años
Alumna de colegios católicos, participó del scoutismo parroquial y en la UES de Bahía Blanca. Debido a los crímenes de la Triple A y la CNU en esa ciudad, a fines del 75 se mudó a La Plata donde se inscribió en Bella Artes y se fue vivir a la casa de Claudia Falcone. Fueron secuestradas juntas el 16.09.76. Fue vista en Arana y Pozo de Banfield. 

FRANCISO LOPEZ MUNTANER
“Panchito”, 16 años.
Hijo de trabajador petrolero peronista preso durante el Plan Conintes que en el 73 se alineó con el sindicalismo ortodoxo, Panchito marchó contra la corriente familiar: era hincha de Gimnasia y militó en la UES de Bellas Artes. Junto a Claudia Falcone participó en trabajos voluntarios en barrios pobres y en la lucha por el BES en 1975. Secuestrado 16.09.76, fue visto en Arana y Pozo de Banfield.

CLAUDIO DE ACHA
17 años. 
Sus padres eran trabajadores con ideas de izquierda y tras el triunfo de Campora participó de la toma del Colegio Nacional por su democratización. Tímido y gran lector, se incorporó a la UES luego de la muerte de Perón. Como todos, participó en las manifestaciones por el BES. Secuestrado 16.09.76, fue visto en Arana y Pozo de Banfield.


HORACIO UNGARO
17 años. 
De familia comunista, en el 74 rompió la tradición familiar y se sumó a la UES del Normal N 3. Gran lector y excelente alumno, participó de la lucha de la Coordinadora por el BES. Realizaba tareas de apoyo escolar en la villa miseria ubicada detrás del hipódromo platense. Secuestrado 16.09.76, fue visto en Arana y Pozo de Banfield.


Declaración escrita en el cierre del encuentro jóvenes y memoria. 

Chapadmalal 2008

Jóvenes en nuestra memoria
En estos días estuvimos recordando a los jóvenes de la década del 70, no se trata de vivir en el pasado sino de rescatar las mejores acciones para aplicarlas en nuestro tiempo.
Dicen que los jóvenes de hoy, en comparación con ellos, somos poco solidarios y no estamos unidos. Esto en cierta forma es consecuencia de la dictadura. Todavía existe el miedo a la represión, a que nos manden a callar, a que nos prohíban gritar.
Ellos enfrentaron una realidad distinta a la que nosotros tenemos en la actualidad. Ellos sirvieron en el pasado, nosotros queremos servir en el presente.

Jóvenes del presente
Vivimos en un sistema excluyente que no nos brinda las mismas posibilidades, pero este sistema lo conformamos todos.
Aunque cuesta fijar objetivos comunes, si nos juntamos podemos hacer un cambio. Hay que sumar participación, involucrarnos creando nuevos espacios para dar a conocer nuestras ideas y opiniones. Hay que organizarse, no solo los jóvenes sino toda la sociedad.

Declaración escrita por alumnos de escuelas secundarias en el encuentro de cierre del Programa Jóvenes y Memoria 

Chapadmalal 2009

Los jóvenes dicen:
… somos rebeldes; porque dudamos de lo que nos dicen, porque no  dejamos influenciarnos por cualquiera, porque no nos cerramos a una sola forma de ver las cosas, sino que cada uno lo plantea a su manera, y sobre todo porque tuvimos el valor de interesarnos y de recorrer nuestros propios caminos siendo así: rebeldes.

Reflexión sobre el ámbito escolar escrito por alumnos de la EEMN°31 de Morón

Documental Entre escaleras y reorganización, 2005

Mirá la mesa, la silla.
Mirá adelante, no mires por la ventana. Allá vuelan los pájaros.
No hables con tus compañeros. No le pidas ayuda. Estás solo.
Aprende esta lección. La lección: sumisión
Ante el poder eres tú con tu impotencia.
Nada de comunicación, convivencia o asamblea.
Compite con los impotentes solitarios en las notas.
Presión. Presión familiar, presión de futuro, presión de trabajo. Presión.
En el pizarrón está el saber, la verdad del sistema. Escucha al profesor, transcribe al
papel sus dictados, traga sus discursos.
Hastío, aburrimiento, suena la campana, memorizar, sudores, nervios, depresiones,
compromisos, competir en los exámenes, las notas, el juez que evalúa, por tu bien,
porque tú no sabes lo que es bueno para ti.



Poema a María Claudia Falcone 
escrito por su padre

Mano anónima aleve y asesina,
con sólo tocarte
ha intentado
macular tu pureza,
tu inocencia,
por cierto, fracasando.
Tu grandeza de alma
es infinita.
Tu generosidad, ilimitada.
Virtudes tales
son inmaculables.
La mano anónima, aleve y asesina,
no ha podido mancharte
por más que lo intentara.
Y esa pureza
constituye tu triunfo.
TU VICTORIA y su derrota.
Has vencido, hija mía,
y tu victoria ha sido apocalíptica.
Aunque tú estés ausente todavía
yo te lloro y te admiro
al mismo tiempo.

Jorge Ademar Falcone

Final de la carta a María Claudia 
de su hermano Jorge

“Evita lo sabía, Clau, los que menos tienen son los que más dan: Ante un Estado diezmado emergió vigoroso tu Pueblo de siempre, multiplicando el voluntariado solidario a lo largo de la Patria. Montando merenderos, salitas de guardia y consultorías jurídicas gratuitas, huertas comunitarias, fabricas recuperadas, y los más diversos microemprendimientos. Porque, como dijo Ernesto Cardenal, el sacerdote sandinista: El Pueblo nunca muere.

La taba está en el aire, compita de los bellos días. Y en tanto gira, Johanna se refugia en un cyber de Mendoza para huir del bardo familiar, y me escribe un mail donde expresa que desearía ser vos. Nahuel, a sus doce, cuida sus cotorritas en Puente de Fierro a la espera de dedicarte un poema a viva voz el próximo 16; y Lucas, a sus catorce, rebobina en La Aceitera una película que te nombra, para entender de una vez. En resumen, mi dulce interlocutora, que ni vencimos aún... ni está dicha la última palabra.-

Tu hermano Jorge,
que siempre extraña nuestras charlas.
Y aquella risa que no cesa.”

Recursos para trabajar en el aula:


PDF:


Documental Los irrecuperables: http://www.youtube.com/watch?v=O2IfIDF5SC4

sábado

platos rotos

Recién se me cayó y se me rompió una taza. Hace unos días, un platito. No se despegaron de mis manos, huyeron de los muebles que los sostenían cuando me acerqué. Un movimiento brusco, una mirada fuerte los arrojaron de la seguridad y los enviaron a los pedazos.

Por eso sé que algo está pasando, que algo está por pasar. Sin embargo, como cuando escribo un cuento en el que los protagonistas son apasionantes pero la acción queda congelada, simplemente no sé qué quiero que pase. Siempre conozco mis deseos, no siempre me animo a decodificarlos.

Es como aquella vez en la que un plato resbaló de mis manos y me puse a llorar, incapaz de mirar sus trozos y mucho menos de hacer algo con ellos. Me puse a llorar, emprendí un llanto. Como si fuera posible comenzar, decidir, elegir llorar, como si no fuera el llanto el que hace algo con nosotros. 

Así habían caído y se habían destrozado todas las certezas.

Era más joven y mi primer amor de verdad y correspondido (como son creo, de verdad creo, los verdaderos amores, lo otro es otra cosa) se estaba terminando. Mi primera historia de amor, que hace tiempo estaba malograda y que había tenido un más largo y extenso comienzo, dulce y nocturno, estaba teniendo un final abrupto pero deshilachado, injusto y necesario. 

Habíamos perdido mucho tiempo discutiendo el desequilibrio entre los mensajes y las ganas de vernos, debatiendo la desigualdad a ambos lados de la ecuación, habíamos llorado mucho y habíamos creído que lo mejor era dejar de vernos muchas veces. Hasta que yo suspendí los regresos y confesé "no te banco más". Éramos la peor canción de Tan biónica: reiterativa y con ritmo inconstante, pero pegadiza y radiable. 



Siempre que veo acercarse una curva brusca en mi vida, pero no llega, me acuerdo de esos tiempos. Cuando no encuentro la llave para esta puerta, me pongo ansiosa y fastidiosa, me siento como si estuviera preparando el equipaje hace demasiado tiempo. Entiendo que soltar cosas es tener las manos libres para abrazar otras y como no sé manejar, dejo que la corriente me ayude a doblar. 

Me acuerdo de esos tiempos y de la convicción de que la caída por el abismo significaba la muerte, o el fin de los deseos, que es lo mismo. Ya no siento eso. Cuando dejo de amar, estoy convencida de que sigo amando, y esa convicción me alivia y sana la transición. 

De hecho, mi zona autoboicot siente que le hago un favor al otro al pedirle que continúe sin mí. Al revés, al principio, cuando me estoy enganchando y de repente me involucro con sus problemas y me encariño, siento que mi amor no es hacerle bien. 

Cuando, como ahora, me equivoco de nuevas maneras deliciosas y voy afianzándome en mis mejores talentos, usando mis dones para desaprender, el vértigo no me ahoga sino que me permite disfrutar el viento en la cara. Me desplazo entre fragmentos de platos rotos, me enamoro sin preocuparme por los daños colaterales, planeo viajes, canto desafinado. Sé que en el abismo el paracaídas se va a abrir, no sin antes dejarme disfrutar la altura y respirar el aire fuerte. 


miércoles

11 de septiembre

En una fecha polisémica, somos muchos los que pensamos que no debería ser hoy el día del maestro. Somos cada vez más los que miramos las imágenes de Sarmiento con más preguntas que alabanzas. 
Somos los que sentimos propio el golpe militar en Chile en 1973 porque aunque no hayamos nacido, ya vivíamos, y los que leemos la caída de las torres gemelas como un auto atentado, aunque los pilotos de los aviones fueran iraquíes. 
Los que también recordamos que hay una plaza en la ciudad que se llama once de septiembre, destino y partida de tantas esperanzas y dolores. Los que puteamos "al Sarmiento", el Sarmiento de cada día, inevitable, decadente y aparentemente irrecuperable como la escuela liberal que nos dejó. 
La misma escuela que, como el tren, es puerta de entrada, puente y pista de lanzamiento para la mayoría de nuestros sueños. Y que es, para muchos de nosotros también, plato de comida, manual de instrucciones, campo de batalla, cancha de juego. 

En una fecha polisémica, sentimos agridulce que nos puteen a diario y alaben hoy a un maestro inmaculado, incansable, paciente y neutro que no existe, o que no queremos que exista. 
Los mismos que destrozan la calidad educativa, desechan las recomendaciones de las señoritas, depositan a sus niños en la escuela la mayor cantidad de horas posibles y no se acercan si no es para reclamar cual empresa de telefonía, bardean con mil improperios al profe que trata de equilibrar crisis adolescente con herramientas alternativas, niegan el derecho a cada marcha, cada manifestación, cada paro que intenta -aunque erráticamente- transformar lo urgente; esos mismos hoy agradecen a un maestro idealizado en estados de Facebook, informes de noticiero y en algún que otro acto. Piensan, seguro, que el asueto está demás "que celebren enseñando, ¿no es lo que eligieron?" Y muchos, muchos de ellos, algo de razón tienen: todos los días vemos compañeros luchando y mucho, amando y tanto, trabajando y muy bien. Y también vemos antieducadores antieducando. 

En una fecha polisémica, no le deseo feliz día a nadie y declino también la parte de maestro. Pienso en cambio en mis antimaestros y digo -me digo- que con poca experiencia docente (¿qué será eso?) pero con mucha observación estudiante, aprendí a deconstruir mientras me construyo un poco. Ya sé que no, qué no nunca, qué violenta espacios, vulnera derechos y anula personas. 

Con listas de reglamentos y normas copiadas unas de otras, y todas desprendidas de la Constitución de Estados Unidos, listas de prohibiciones que proponen poco, aprendí que las conductas sancionables son cada vez más, tantas que es casi imposible no cometer alguna si uno no es una planta. Pero muchas no están dichas, y muchas más no están dichas para nosotros, los docentes, maestros del error:

No te equivoques los nombres de los alumnos. Y tampoco de tus compañeros de trabajo, sobre todo de aquellos de los que sos autoridad. Es el nombre, aprendélo y pronunciá bien el apellido. 
No los compares, para bien o para mal, con sus hermanos o primos. No los compares con el curso de al lado. No compares. 
No señales su cuerpo o su ropa marcando fallas apenas los ves. Imagináte cómo te sentís cuando te pasa. Imagináte en un adolescente en conflicto con su cuerpo. El encargado de verbalizar de manera sana los acuerdos con respecto al uniforme y la presentación sos vos, sé creativo, no ejerzas la violencia desde un lugar de poder. 
No te metas de manera ofensiva con su aspecto físico y tampoco con su higiene personal. 
No supongas: ¿usted trabaja? ¿usted tiene hijos? ¿usted recibe todas las comidas? Todas las preguntas las escuché en aulas. No entiendo a qué conclusiones llevarían las respuestas. 
No juzgues a su familia.
No te metas con su grupo de amigos: "son las malas compañías, Pablito"
No trates de ser un adolescente para trabajar con adolescentes. 
No te enojes cuando ves a alguien a quien le sale algo que nunca intentaste, seguro de que iba a fallar. Que falle. 
Lo que nunca te falló con este grupo o este año puede empezar a salir mal. Siempre, todo el tiempo, hay algo nuevo que inventar.
Si tenés un personaje, que sea sólido y coherente, que explote tu mejor perfil, aquello que te sale mejor y te hace sentir bien, que te vuelve atractivo y agradable. También desafiante, pero siempre cómodo, como la ropa que te queda bien. 
Bancáte la estructura sabiendo que existe y que reporta algo de sufrimiento, sin olvidar que es mejorable, transformable y que es un sistema humano. Reíte.
No te olvides que la risa es una expresión bella, una de las más auténticas. No la reprimas todo el tiempo entre los chicos ni en vos, aunque la causa no sean tus chistes. Cuidado, también se puede llorar. 
Aprendé a usar las redes sociales, mirá películas nuevas, escuchá mucha música, aprendé a descargarlas, a llevarlas al aula y otros espacios, y a manejar todas las herramientas tecnológicas posibles. De verdad. 
Aceptá que hay muchos no docentes que enseñan mucho, y que muchos docentes no enseñan nada, y que la verdad es probable que el adolescente sobreviva sin la ciencia que le estás transmitiendo. Desde ahí, ¿cómo despertarlo y darle algo nuevo para elaborar otras cosas? 
Cuestionáte, complicáte la vida y revisá hasta los métodos de evaluación, la corrección, la división en tema 1, tema 2, la disposición del aula. Por favor. 
Estás trabajando, no les estás haciendo un favor a los chicos. Ellos no decidieron tu sueldo ni eligen que no llegues a fin de mes. Siempre te queda la opción de ponerte un kiosco. En serio. 
Y yo no sé cómo decirte sin que te ofendas que no traslades tu frustración a los que están creciendo. Somos relojitos, cuando un engranaje anda mal, seguramente todo se verá afectado, pero no seas sádico. Si tuviste una mala noche o una mala década, no maltrates, no quebrantes, no limites así. 

Como toda lista de normas, aunque sean convencionales, es arbitraria y seguro hoy mismo caíste (caí) en varias de ellas. Como los adictos en rehabilitación: una sonrisa, y un día a la vez. 



lunes

sudestada


Si yo pudiera ver entre tus labios los momentos que te dejaron solo, si hubiera una chance de escapar de esta tiniebla monárquica y espástica en la cima de nuestros días.

Pero no. La distancia está planteada por un averno licuado, por un extremo danzante, un diccionario florido, un código de reglas infranqueables.

(Pero nadie nos asegura qué hubiera pasado en otro contexto, en otro tiempo, bajo otras lunas. Si esas reglas fueran canciones y las penalizaciones otras, y las acepciones pusieran límites a los dolores que cargamos.)

Pero no. Mis problemas cuelgan al sol y ponen a secar las páginas de un libro que me empecino en borrar. 

En la montañanovela rusa de sentimientos polarizados que emergen por cualquier adornito que encuentro en un estante, un bollito en el fondo de la cartera, el tiempo perdido en una huella, las ganas de haber sido un día la chica más bonita del aula, allí se funden mis deseos instalados en lo que no fue. 

Las tormentas de verano anuncian desbordes que otros diques retendrán hasta que alguien pronuncie el conjuro que los rescate de su estancamiento. 

El calor previo al desenlace, la humedad que sube, el trueno que desata la tempestad. El ruido que genera el encuentro, el cielo que abre caminos peligrosos. 

domingo

panta rei

"Me pidió un tiempo" me dijo. Ella le pidió un tiempo. Él me lo contaba en el límite lacrimoso entre la sorpresa y la desilusión. Yo traté de sonreír en silencio. No sé si porque sabía que ella no se había animado a dejarlo del todo -tibieza cobarde que no concuerda con mi repertorio- o porque intuía que ella volvería después de encontrarse intensamen-enfiestarse-te con alguien, con uno o varios, para luego retomar una relación segura y sana. (¿Qué será eso?)

Me pareció que las dos hipótesis eran un poco injustas para cualquier pareja, para las mujeres en general e incluso para ella. Porque bueno, una a veces inclina la balanza en favor de la amistad y a veces, en favor del género. El resto de las veces, o no le importa o sabe que es mejor callar. 

Hace tiempo que me vengo tratando de correr de la trastienda de estos conflictos y mucho más de dar consejos. Primero porque no me sigas, yo también estoy perdida, y segundo porque no me considero una persona que escuche comprensivamente, que sea confiable o que represente una escala de valores sólida y estable. Y tercero, porque sé que es mejor callar. 

Caí en la cuenta de la injusticia de pedir un tiempo. Quiero un tiempo, dame un momento, aguantame un minutito. Como si alguien pudiera depositarlo en las manos de otro, como si de un puñado de arena se tratara. Si fuera posible cada pedido y cada donación serían transplantes de vida. 

Hay una película inspirada en la idea de pedir tiempo. El tiempo es, en el extremo capitalista, moneda de cambio. Pero no es esa distopía tan cruel como la que se plantea en algunas parejas: el tiempo se parece a la libertad pero probablemente más a la cobardía. 

Las cosas importantes llevan su tiempo. Pero los estallidos perforan las cronologías, lastiman mucho, pocas veces se sostienen. También es natural que reviente el horizonte, la historia no se mueve siempre como fluyen los ríos. 

Entonces acá yo, testigo como tantas otras veces de historias que leo a distancia, miro mis relojes: el aniversario de la soledad es un lago de penas pero también un océano de sirenas. Mis aventuras y batallas reflejan mucho más de lo que soy que la mirada de alguien. 


lunes

esperaré que el cielo tiemble.-

-Y vos, ¿cómo estás? Te veo emocionalmente inestable.


-En una montaña rusa. No duermo bien, como menos, me muero por verla pero no me alegra el día, no me llega a hacer bien. 

-Te morís de ganas de enamorarte.

-Me va a romper el corazón antes que me pueda enamorar.

-Te quedaría re bien un corazón roto. Les hace muy bien a los chicos como vos que les rompan el corazón pero mal. Hay gente que se pone tan encantadora cuando la lastimás que casi que te enganchás otra vez. 


jueves

anticipo de primavera

-¿Estás enamorada? 
Era muy suyo mirar a los ojos y formular una pregunta que de repente llevaba cualquier conversación a niveles de profundidad inesperados.
-Me encantaría saber de qué estás hablando. -y se rió despacito.
Era muy de ella desviar la mirada y evadir las profundidades que le hablaban con un poco de ironía. Se autoboicoteaba generosamente, lo sabía, pero también despejaba un metro cuadrado de cielo con su risa. A veces.
Esta vez, la respuesta fue brumosa.
Él dejó que el espesor del microclima se acumulara a su alrededor y cebó otro mate, acariciando cada detalle del proceso con delicada atención. 
Se lo pasó con una mirada afilada, tratando de decodificar el silencio.El filo la rozó y se sintió herida, y recibió la infusión con un gesto que construía un escudo impenetrable. Y no salió de allí por varias horas. 
La brisa pronto se volvió viento y la tarde primaveral exigió refugio o abrigo. El frío que algunas noches los había acercado esta vez atraía el fin del encuentro. El tiempo no sobraba, ni siquiera en esos tiempos, así que el resto de la tarde fue una despedida sin peros.
Siempre se había considerado torpe en la oralidad pero un mensaje virtual le resultaba excesivamente mezquino. Así que escribió una frase en un cuadrado de papel rosa y lo guardó en el bolsillo del morral.
Al día siguiente era domingo y procrastinando pilas de apuntes y otras oportunidades perdidas de antemano, atravesó la secuencia de transportes públicos, caminó despacio, pasó el mensajito por debajo de su puerta y huyó. Otra vez. 


miércoles

colonización emocional


Conocer lugares o nuevas formas de besar con alguien, vaya y pase. Recordar cómo pasaba el sol por la ventana esa tarde verano, todavía. Ver a un tipo de la misma altura y con ropa parecida y girar de golpe creyendo que es él, a veces pasa. 
Pero que te pase una canción, te inicie en una banda, se vuelvan adictos juntos a una serie o repitan simultáneamente frases de una película, eso es colonización emocional.

Es jugar sucio. Es conquistar rincones de la memoria que nunca se podrán sobreescribir. Toda cadena de pensamiento terminará en lo que modificó nuestras estructuras, y por lo tanto en esa canción, y por eso mismo vas a pensar en él, voy a pensar en vos. 

Colonizar es contarle no sólo de vos sino de lo mejor que traés en tu equipaje, regalar un libro, pasar un link, dedicar en un estado de face la frase de la canción de tu vida. Colonizar es hacerse perversamente inolvidable porque aunque el corazón odie y el pensamiento ignore y racionalice la conveniencia de cada despedida, el arte no perdona. 

Por eso, supongo, es imposible enamorarse de gente que no lee o no ama la música. Por eso no se puede amar a quien no vio muchas buenas películas. Por eso no hay quien pueda resistirse al encanto de poner de banda sonora de las mejores noches sus canciones preferidas. 

También debe ser por eso que mis peores años fueron aquellos en los que estuve enamorada. Escribía poco, mucho menos, porque recibía cada día un mundo entero de arte nuevo. Escribía poco porque estaba ocupada siendo colonizada por medio de la inseminación de recuerdos imperecederos; un acorde, el tono de un atardecer como el de esa película, la metanfetamina azul, una frase de Rayuela, tu bufanda marrón.

viernes

Vidrieras

Se llama Tomás y tiene 4 años. Veo su carita de enamorado frente a una vidriera enorme de juguetería. Varios minutos que pasan lento. Está mirando un autito que cuesta muchísima plata. Importado, de colores chillones, producto oficial, básicamente un montón de plástico. De repente, empieza a llorar. Y sigue llorando. Su mamá se acerca desde la otra vidriera. Y no lo puede detener. Sigo caminando, llego a la esquina y sigo escuchando el llanto de Tomás.

Me duele, me duele de verdad. Me dan ganas de llorar. Es un berrinche, piensa un transeúnte. Si fuera mi hijo, le propino alto coscorrón, piensa otra mamá que pasa por ahí. Yo me angustio a un nivel irracional. Intento explicarme por qué. Intento. Porque Tomás comenzó a llorar antes de pedir el autito. Porque Tomás intuye, y cuando un niño intuye sabe, que no podrá tener ese juguete, ni la mayoría de los objetos de esa juguetería. Que no le alcanzará todo el dinero de sus padres, o de su madre, ni la vida para comprar, tener y jugar con todo eso. 

Yo sé que Tomás no sabe, que crecerá, como tantos otros nenes, creyendo que necesita cosas que nunca podrá tener. Que crecerá viendo en televisión y en manos de otros niños juguetes, ropa y más adelante fiesta y mujeres a las que no podrá acceder. Que luego querrá unas zapatillas y un auto, pero que no le alcanzará con conseguirlos, si los consigue, que querrá cambiarlos pronto, que nunca descansará. Que tal vez pensará en salir a robar o en ser corrupto y que tal vez, con una combinación de audacia y malos consejos, lo hará. Que nadie le echará la culpa a lo perverso, a lo morboso, a lo pornográfico de un sistema que lo deja solo frente a un caleidoscopio de góndolas, estantes, productos y estrategias de marketing.

En la esquina cruzo la calle intentando que parezca que sé a dónde voy. Tomás y yo estamos en el mismo lugar. Tomás y yo miramos vidrieras y deseamos y nos reflejamos en superficies que no podemos atravesar. Estamos perdidos en el mismo limbo de lo imposible. Yo me siento abrumada en los lugares con muchos productos, como Lisandro, en el supermercado donde hay muchos más paquetes de yerba que los que necesito. Me ahoga que haya tanto stock de todo del lado de adentro y del lado de afuera tantas manos frías sin un mate cocido, tantas panzas que suenan de hambre.


Yo quisiera que Tomás sepa que puede ser cualquier cosa que se le ocurra, pero no puedo prometerle que tendrá todos los autitos que desee. Yo quisiera asegurarle que con un poco de ayuda, tendrá jardín, escuela, universidad y que tal vez un día sea el primero de la familia en ser llamado licenciado. Yo no puedo asegurarle. Él no sabe, no puede saberlo. Y Tomás llora, y yo me angustio con él, porque somos iguales, sólo que yo perdí la espontaneidad de poder llorar a los gritos en la calle. 
Solos en la calle con todo aquello que no podemos alcanzar y sin poder abrir la mirada a todo eso que sí necesitamos. Sin poder ver que lo que nos hace falta de verdad está más cerca que el autito.



es todo lo que tengo y es todo lo que hay

En las vigilias del viaje más grande que la vida me propuso hasta ahora, miro la habitación en la que estoy e imagino que entrás. Que te invito, o que llegás.
Hago prendedores y crucecitas y estoy rodeada de pilas de ropa y frascos metidos en bolsas. 




Esto soy.
Cajas adentro de cajas, bolsas con papeles adentro.
Pilas y pilas de apuntes. Más libros por leer que aquellos leídos.
Finales pendientes, actividades inconstantes.
Frases inconclusas, palabras en el nudo de la garganta.
Intenciones que no concreté, debates que no llevé hasta el final.
Peleas que supe ganar una vez terminadas, sola y en la ducha. Hobbies sinuosos.
Un diario íntimo que nunca escribí. La desorganización de todos los relojes. 
Las ganas de cantar bien y ser hermosa. Las ganas.

Esto tengo. 
Un bolso de colores, revistas para ser bonita, un perfume más caro que yo.
Una biblia gastada, música de géneros difusos, una alianza de ideologías optimistas.
La mitología de varios pueblos, la religión que me dieron, las historias que leí.
Las elecciones que hice aunque no se podía, los chicos que amé, los besos que me quedaron.
Sin dar. Y sin recibir, esos también son míos.
Los pedazos de uno o dos corazones. Las heridas del mío.
La libertad de muchas noches sin dormir, la rodilla izquierda que me duele cuando bajo escaleras con tacos altos. 

Esto hay. 
Este caos, esta búsqueda, estos mates lavados.
Una sucesión desafortunada de llegadas tarde, un final abierto como el de Lost, el espacio entre la cama y la pared donde se pierden las medias, los anillos y un papel importante. 
El destiempo afinado, un par de gritos y la mirada insistentemente un poquito más allá del horizonte. 
En su tumba, si algún día muriera, dirá "Nunca se dejó querer bien". Y nunca pudo imaginar un amor sano.
Una piba que escribe con la mano izquierda, que se pone colorada cuando le hablan de vos, se agita cuando corre el colectivo y no se puede mantener peinada. 
Incompleta, aproximada, limítrofe.
Huella, mapa, cosmos. 






domingo

Casi normales


No, no estoy capacitada para emprender una crítica teatral y mucho menos me pondría a sintetizar el argumento de una comedia musical.
Pero, como otras veces, sigo el impulso de hacer reflejo de lo que vivo y me pasa y esta fue la segunda vez que veo esta obra, que viví y me pasó.

La primera vez quedé maravillada por la música, la precisión, la coordinación casi coreográfica y la sensación de haber sido atropellada por un camión con acoplado. Mi primera vez con Casi normales fue en el otro teatro, más cerca del escenario, con la “mamá” original (ayer estuvo “la suplente”, masivamente increíble) y con la “otra” hija, Florencia Otero. Esta vez, en el Nacional, en pullman, pude apreciar mejor la grandeza de la historia y la maravilla de la escenografía en tres pisos pero no me perdí de la fragilidad de las expresiones, las voces y la excelencia moderna de las letras simples.

No importa lo que a mí me pareció. No importa, la verdad, cuánto puedo apreciar de su calidad, aunque el género de la comedia musical seguro es de los más exigentes para los cuerpos de los actores y para sostener una historia sin que todo parezca una pelotudez de maestras jardineras ni un abuso demagógico de rimas y agudos.
Estoy segura que este diálogo entre posmodernidad y psicoanálisis que se juega hacia el interior de una casita de clase media alta de cualquier ciudad del mundo puede derribar los muros prejuiciosos de cualquier espectador, pero en mi caso, la historia se hace en demasiados rincones eco de mi historia.

En la mirada de la adolescente sobreexigida y exagerada que no logra descubrir a partir de qué talento hacerse notar, que se desvela por visibilizarse, que busca la perfección en un hogar en ruinas que no la mira. Tan clara como yo en segundo polimodal, digamos, y seguro antes, y seguro después, una chica que hacía de todo para merecer el amor y calificar alto en cualquier aspecto. Y que después no se dejaba abrazar del todo, volverse frágil, dejarse amar.

En la historia de amor que le da sentido al dolor, a la memoria y el perdón, muy tarde y después de heridas injustas, inconveniente y vulnerable, la historia de amor poco recomendable que es la primera oportunidad de la sanación.
En cada uno de los vínculos inconsistentes y disfuncionales que sin embargo se van resignificando desde la compasión, la empatía y la búsqueda de paz. Como de agua en un desierto.

Pero sobre todo, y lo entendí cuando mi hermana y yo llorábamos con sentimiento (así, con ruido y respiración entrecortada), sin poder mirar casi, hace eco en mi historia en la problemática del duelo no resuelto, del manual para poder superar las pérdidas, en la permanente tentación de seguir bailando con las muertes del pasado.

Porque sé que una de mis mayores preocupaciones cuando se me fue de las manos un amigo, cuando presencié y sufrí su muerte, era saber si era correcto mi duelo. Si mi proceso era depresivo o negador, si mi tristeza era lo suficientemente profunda o tal vez demasiado inmensa. Si incomodar con la historia a más personas podía hacer mal a los demás, hacerme bien a mí. Si sonreír aliviaría a todos o si estarían juzgando que tal vez estaba creando una patología en el corazón, o incluso negando o incluso olvidando.

Porque sé que aunque el acompañamiento profesional (o cualquier otra receta que culturalmente parezca apropiada para tramitar una pérdida) puede ser bueno e incluso necesario, que el dolor de uno afecta a toda una familia y a cada ámbito, y que la vida no es más que la insistencia de alguien que te ama incluso contra tu resistencia, que la resurrección es lenta, y progresiva y que nadie te puede resucitar si vos no querés vivir, la memoria borda el dolor en la historia. Irreversiblemente. Para que nunca olvidemos que estamos vivos, que podemos morir, que nos morimos alguna vez, que el amor nos salvó y que pudimos, contra toda esperanza, crecer.

Pude entender, con el tiempo, que la casi normalidad es la única excepción posible a la norma. La norma que existe sólo para incumplirla, el manual que solamente nos daña, la mirada que exige respuestas uniformes a estímulos siempre nuevos. Que vivir se parece más al teatro que a aquello que pueden afirmar los científicos porque vivir es más salir a luchar con nuestros fantasmas, a llorar, a cantar y a enamorarnos que a hacer la digestión o intercambiar oxígeno.