Love is her best dress.

She never find a night good enough to wear it.

miércoles

en los tiempos del cólera

Yo con vos quiero dormir la siesta de los feriados de invierno. 
Con vos quiero bajar la guardia incondicionalmente. 
Con vos quiero temblar de ternura cada vez que alguien te nombre. 
Quiero que me defiendas y te llenes el pecho de orgullo cuando hablen de mí.
Yo con vos quiero compartir la trinchera y llenarme de paz.

Y con vos quiero que leamos Rayuela y Página 12. 

Con vos quiero aprender a caminar de nuevo de la mano.
Con vos quiero las tardes de domingo, la plaza y el mate, los planes de viajes. 
Quiero que el destino de toda caída sea el abrazo.
Yo con vos quiero la belleza del patio cuando cae el sol. 

Y con vos quiero ir al cine en colectivo. 

Con vos quiero cocinar y esperar que esté listo sentada en la mesada.
Con vos quiero besos lentos de resurrección.
Quiero que la primavera sea nuestro microclima a medida.
Yo con vos abrirte la campera y meterme en tu abrigo.

Yo con vos quiero ir a ver a Lisandro y viajar en tren cuando vayamos a Capital.

Y parar el viento con tu espalda en la estación de Morón. 
Y que no haya revolución que no sea nuestra causa.
Quiero que las sonrisas borden el silencio.
Yo con vos todo, menos las fronteras, el tiempo y la distancia. 



domingo

la noche de Saturno

Se levanta antes del mediodía y se alegra de haber despejado el fin de semana de actividades regulares. Ahora lo llenará de una nueva rutina ingrata y llena de fotos parecida a un paseo en montaña rusa o a una ingesta excesiva de dulces. Antes de levantarse da vueltas en la cama, revisa los mensajes de todas las redes sociales. No responde ninguno y piensa en el disfraz que usará esta noche. 

A veces la salida se organiza una hora antes por WhatsApp. Esta, con causa justa, venía con exhaustiva organización de tres días, evento en Facebook, búsqueda de un lugar nuevo para conocer. Conocerse, ver, mostrarse, moverse, posar. Un teatro contemporáneo donde todos se saben disfrazados y representando roles mágicos que se despedazarán simultáneamente como el vestido de Cenicienta. 

El entender dónde está y cómo llegará mitiga la incertidumbre de no saber a dónde va. Ella conoce el lugar donde terminan todas las noches de sábado: en una mañana de domingo. Todavía no había experimentado la inconsciencia de terminar desayunando con un reciente casi desconocido pero cada vez le costaba más volver. Cada vez llegaba más lejos, cada noche dejaba los pedazos de su corazón en medio de su adolescencia tardía y en un rincón lejano del país. 

Se depila con cera después de almorzar, ese ritual femenino del dolor que a todas alegra. A continuación en la peluquería aprovecha la tarde libre y el envión de belleza que una excursión de turismo nocturno imprime en la mirada de todas las chicas. 

Se encuentra con las amigas, están vestidas de manera similar, mezclando con el equilibrio justo de elegancia y desdén moda con ahorro y un poco de desubicación generacional. Peinadas con prolijidad y maquilladas para que parezca que nada de eso llevó demasiado tiempo. Ingieren algo de alcohol, repasan la semana, hacen planes de viajes y compras, se ríen de alguien, se descubren un poquito solas otra vez, y repitiendo problemas de hace cuatro años. A punto de recibirse, nada queda de la secundaria pero todo de las expectativas adolescentes de una noche de Bariloche. Sólo que con más recursos, conciencia de sus defectos y experiencia en errores

El traslado se parece a un viaje en micro escolar el día que la seño toma las tablas del 7 y el 8. 

Cuando llegan marcan territorio, escanean todas las caras y detectan los contactos fundamentales del local. Y después música, una charla, las luces van bajando. Se evalúan las posibilidades de éxito de esa noche. Visita al baño, ornamentos varios. Se dibujan las caras y repasan involuntariamente las expresiones que mejor les quedan.

Los colores se desdibujan y el ritmo va elevando los planteos. Cada escena trae mejores noticias. Pronto desaparece toda coyuntura económica y todos empiezan a mentir carreras, edades y lugares de procedencia. 

Ella evita con agilidad a un tipo un poco grosero, adivina una tonada, se mete en un grupo e invade el territorio enemigo con total atrevimiento. Alguien propone una ronda de tequilas que viene en una tablita para asado. Se desplaza por el salón cada vez con mayor soltura. El espacio se hace chico y en su cabeza arma un mapa mental perfecto de la batalla. 

Encuentra casualmente a un vaso vacío de hace muchas noches, con remera rayada y ojos verdes. Se convencen mutuamente con descaro. Él le pregunta si lo olvidó. Ella le miente que no. Él le asegura que cada vez está más linda. Durante el domingo los dos sonreirán comprendiendo que todo es verdad siempre. Aunque sean tan sólo las verdades de las noches de Saturno. Y no sirvan para nada nunca. 

La anestesia para soportar el resto de la semana sigue subiendo por las venas mientras se mezclan canciones de hace dos veranos con las de este otoño, canciones que nadie escucha y todos cantan. 

La ciudad se mete adentro de la pista, ella habla con alguien a quien no le pregunta ni el nombre ni la edad. Adivina su carrera y aunque no le importa se instalan en cualquier lado a discutir mejor el futuro juntos. El futuro termina diez minutos después y se despiden con cariño. Descreído, alguien anota un número de teléfono. 

Todos saben que se están jugando en unas horas la tarde del próximo feriado en que van a sentirse solos y buscar compañía entre las frazadas, van a desear haberse interesado por alguien, haber mantenido encendido el enamoramiento unas horas más, haber amado mejor. Pero disfrutan un presente efímero que se escurre entre la bijouterie falsa y las miradas que apuntan a las marcas de las camisas rayadas. 

A la salida el maquillaje derritió todas las caretas pero aún así él le puede decir que es el que le habló antes, que es abogado y de Quilmes aunque esté de visita fugaz en la ciudad y viva en Tucumán. 

La noche se va apagando y las pantallas de los smartphones iluminan las caras desesperanzadas que revisan los números, pines y contactos recién adquiridos. Nadie quiere nada nuevo ni serio pero ella recibirá a cualquier hora mensajes de remitente desconocido y tratará de recordar a qué pueblo pertenece ese prefijo. Se preguntarán cosas que no le interesan a ninguno de los dos y tal vez otro encuentro confirmará la perseverancia extrema de seguir tejiendo citas sin garantía ni ART.

Los corazones se gastan y se endurecen cuando se rozan tantas veces con piedras de distintas formas y nombres sin importancia. Se enamoran durante unas horas y se borran de las memorias sin miramientos, como quien elimina archivos antiguos del disco rígido. 

Durante el regreso a casa el carruaje vuelve a transformarse en carroza, y cada caballo vuelve a ser una rata. Aunque se siente linda y comenta entusiasmada historias múltiples con sus amigas, mira al horizonte buscando la escena que falta en el rompecabezas de la noche. 

Queda última en el auto. Después de indicar su dirección, revisa su celular que está a punto de apagarse por falta de batería. El taxista escucha un suspiro. Como el del dolor por un ala rota. 


La generación que mide la inflación según la cotización del Fernet y los planes para irse a Brasil en verano. La que vive con sus padres y busca trabajos que conjuguen pasión con buenos sueldos y poca exigencia. La que divide su tiempo y horas de sueño en parciales y finales, la que se desvive por el amor una noche de Saturno y aunque regala todos los besos que le quedan en la caja de ahorro, mira con los ojos abiertos Amèlie y Antes del atardecer, y termina su domingo escuchando el disco nuevo de Tan Biónica. 

La generación de las putas tristes y los mentirosos en busca de ternura. 

El repertorio de la próxima noche ya está armado -de antemano y hace tiempo, porque varía muy poco- para que se vuelva a levantar el telón.