Love is her best dress.

She never find a night good enough to wear it.

martes

#atraigotempestades

El vino sin hielo ni soda ni jugo. El café sin edulcorante. El mate amargo. 
Sospecho de la gente anémica, con presión baja, con Coca light, descafeinada, que prepara finales con tiempo, que no se enamora de sus amigos. 
Los desafíos, los peligros, los destiempos. Los riesgos de la noche de la calle del tren del alcohol. 

Cuando tenía pocos años desintonizaba la radio, enojada porque no ponían lo que yo quería escuchar. Bueno, ahora es parecido, pero diferente.
Muchos años después trabajé en una oficina aburrida para salir corriendo a cursar y no dormir nunca. La última semana allí tuvieron que cambiar dos veces el monitor de mi PC. Se quemaron, uno tras otro.
Un mal día en el colegio quise prender la luz y saltó la térmica de medio edificio.
Y una vez una persecución en auto terminó con un casco hecho proyectil y una lluvia de vidriecitos en mi pelo.
Hace unos días me quedé a la tarde en el trabajo: amenaza de bomba, evacuación y lío.

Cuando de chiquita crucé la avenida del Cucú de Carlos Paz en medio de los autos, cuando de más grande me devolvió la vida el mar.
Cada vez que vuelvo empapada, mamá se ríe porque sabe que toda tormenta me va a agarrar en la calle. Sin paraguas. Cuando llueve mucho, evacúo en la madrugada y desenchufo todo porque mi habitación de techo de chapa se inunda.
Una vez, dónde estará, aún no lo sabía, escribí un ensayo que caracterizaba la historia argentina como una serie de tormentas. El vivir literario tiene esas constancias.
En siete días en Río de Janeiro, cinco fueron de lluvia persistente y sin precedentes en el clima de la ciudad. 
El día que la arena fue cama, el sol fue suficiente para curar tanta humedad. 
Y así, las tempestades me acompañaron la identidad y me acuarelaron los colores. El agua, dice mi mamá, el agua tiene algo con vos.