Love is her best dress.

She never find a night good enough to wear it.

martes

la huida

La noche empieza a caer, pero nosotros estamos muy por encima del tiempo. Por momentos me distraigo y miro los títulos de la biblioteca que te enmarcan. 

Las ediciones perfectas, las historias sin terminar. 

O miro a la ciudad que titila en segundo plano, me pierdo un poco en una luz lejana "hay alguien junto a esa lámpara", pienso. 

Espío este rincón de tu vida con miedo de no poder salir y sin cuidado por lo que puedo romper cuando paso. 

Las frases cortas, las miradas largas. El duelo me va debilitando mientras mis argumentos, elásticos, buscan desesperados en la bolsa de palabras, la definitiva, la justa, final.




miércoles

la muerte encandilada

Sumida en los últimos guijarros de adolescencia, en una confusión crepuscular de asalto del medioevo, se recordó con pollera de jean y zapatillas Topper de lona, mirando la unión de la pared con el suelo sin zócalo, el suelo de cemento irregular y un vaso de plástico con gaseosa de segunda línea temblando en sus manos con las uñas pintadas de verde.

La mirada en el techo todavía, el dolor en el cuerpo por los caminos que se habían cruzado sobre ella en las últimas horas. Cada vez era más sensible a las miradas, a los latidos, a las pulsiones de dolor y deseo que circulaban en los que se ponían cerca de ella. 

Ruido de tambores, orcos, luchas sordas. La Comunidad atravesaba días difíciles y los sonidos del exterior, amortiguados por el sueño y las sustancias le hicieron creer que al fin el Fin se estaba aproximando al territorio del barro. 

Pero la muerte encandilada con los fuegos que la peinaban, ya una vez la había evitado. Y ella ya no había vuelto a creer en los finales. Ni en los adioses ni en los amores ingentes. Ni había vuelto a sentir en la piel el escozor de la ternura plena. 

Se levantó, se puso un pantalón largo, examinó la temperatura y se lo cambió por uno corto. Abrió la puerta y sintió frío pero aún así recorrió los alrededores de la morada en el barrio del barro. No había batalla cerca, sólo una murga salamera acompañaba un nuevo emprendimiento comercial. Sintió que tal vez no era el mejor día de los tiempos de la Comunidad para eventos como ese.

Junto al árbol de los presentes sembrado con luces, un limón a medio exprimir. Nunca como ahora había sentido la fragilidad de la gratitud combinada con amarguras del pasado y glorias chiquitas. Todo era inicio, en esos días. 

Sentía el emblema brillando en el pecho, el vértigo de los insectos en los intestinos justo antes de que el chico que le gustaba la sacara a bailar. Pero entonces venía otro, era otro el que la miraba y bailaba con ella en zapatillas y acné. Y eso era todo, y estaba bien, porque después de todo crecer, en las horas de la madrugada de verano, no era más que acompañarse.