Love is her best dress.

She never find a night good enough to wear it.

sábado

alejándose
Se despega de la cama, arranca de sus ojos lagañas y pesadillas. Descubre en el cielo olor a miedo. Camina. Cubre su cuerpo con ropa arrugada, estira los bordes, acomoda el cuello. Sale a buscar miradas.
La primera, silenciosa y suave, la guarda en un sobre azul. La segunda, chiquitita, en una tapita de gaseosa. La siguiente irá a parar al espacio entre las dos partes móviles del compás, aguda y precisa.
Luego, una mirada fría y quieta, queda allí entre las nubes violetas de ese jueves incesante.
La mirada calma y dorada de la que no lo miró dos veces se guarda sola en el cajón de la mesita de luz, con otros secretos pretéritos, una duda a contramano, un costurerito y aquella media sin par.
El reflejo de los ojos luchadores y anónimos que le golpearon la conciencia esa madrugada de junio hablándole de trabajo y de dolor están en el bolsillo de la camisa, cerca del órgano latidor.
La distancia entre esa mirada gris que lo condenó al fracaso hace muchos años, y que sin saberlo ni quererlo impulsó su vida de buscador incesante, la distancia entre esa mirada gris y la suya está guardada con llave en una caja marrón detrás de la tele que hace mucho que no enciende.
Pero la de ella, la mirada de ella, no se queda quieta. Insistente y colorida, elástica y tierna, lo golpea en todo el cuerpo, lo busca en todos los minutos, lo destroza en todos los rincones de la ciudad redonda. La mirada de ella no se deja, inaccesible pero insatisfecha. Inasible y demasiado cerca. La mirada de ella atraviesa todo lo que él mira, las palabras que lee, las vueltas que da su sacapuntas alrededor de sus lápices, sus sueños más vergonzantes.
 Su mirada es un cuchillo de cocina clavado en el estómago, un caldo frío, un auto que atropella a un perrito en una noche de lluvia y no se detiene. Ella, sólo ella, lo paraliza y sostiene su esperanza. Lo mira y lo mantiene vivo, lo amenaza de muerte, secuestra sus ilusiones y vuelve a prometerle alquimia. Ella sin hablar lo cuestiona y lo enferma, y lo detiene y lo alimenta.
Él recorre con las manos su propio cuerpo. Toca y busca y palpa, escucha, busca, de dónde viene, por qué será ese dolor, esa herida abierta. Dónde está, cómo curarse. Cómo aquietar, cómo guardar de una vez la mirada que le falta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario