Love is her best dress.

She never find a night good enough to wear it.

domingo

Esta noche no (inconcluso)

Refregó la crema antiage entre sus ojos y sus sienes y sonrió sin mostrar los dientes. Si durante esta mañana hablaba con la que había sido diez años atrás, debía agradecerle su constancia, su paciencia y su capacidad de proyectar. 
Había sido y estaba siendo todo lo que había querido y buscado ser. Vivía en cada rincón y en cada instante lo que había planificado en cada ensoñación sobre el pupitre de su secundaria. 
Decoró con buenas notas, ejercicio, novelas y algo de inteligencia suave una belleza mansa y una simpatía despojada de ingenio. Había sido una niña que no hacía preguntas, una adolescente que no tenía ni causaba problemas, una amiga comprensiva, y ahora era una ciudadana tolerante y una esposa colaboradora. En todos los sentidos. 
Cecilia tenía 32 años, un marido, dos hijos y un perro. Cecilia, Ignacio, Franco, Valentina y Sancho. Sancho, el perro. 
Ese había sido su mayor atrevimiento. Una hipertextualidad semiliteraria; "Ladran, Sancho". La siguiente y última ruptura con las convenciones era llamarlo tiernamente, Panza. 

Cerró la puerta del auto con firmeza y sonrió mostrando hasta la segunda muela. Dientes parejos, nacarados. No sabía cómo había llegado hasta ahí. No tenía recuerdos ni esperanzas. Todo le salía bien, no ostentaba complejos ni temblores. 
Ignacio tenía 35 años, una familia y un trabajo. Buen amigo y mejor profesional. Un tipo sano y dinámico. Simple. En todos los sentidos. 
Su única debilidad era un fanatismo frío por el Sudoku y su mayor pasión era el folklore futbolero que, sin maldad ni reflexión, despertaban un enano facho medio pelo en él. Un gesto machista, un destello nacional.

Por eso él 

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