Love is her best dress.

She never find a night good enough to wear it.

domingo

siete

Es el número perfecto, me enseñó alguien. 
El tres es el número divino, la Santísima Trinidad, el dígito del cielo.
El cuatro es la cifra humana, los cuatro elementos, el número terrestre. 



El siete es el número perfecto, es la mezcla de lo humano y lo divino, es el encuentro del cielo con la tierra.
Como el morado, como las campanas. (Recordé esa leyenda familiar que explicaba cómo con ese tañido el tiempo celestial se había introducido en la historia de los hombres)

Desde siempre extrema, inconstante, exploradora. Llena de prefijos. Como el fuego, dinámica, frágil, oscura. De chiquita caprichosa, bruja, gritona.

Me pregunto si alguna vez me habrá visto. Si al cruzarme intuyó en el silencio entre mis pasos la espera solemne de quien se burla de todas las frases positivas con un corazón y letras cursivas, los días comerciales, las fotos de parejas en las redes sociales, los juegos de mesa, los osos de peluche. 

Una carcajada en un pasillo, el pelo suelto y desprolijo, un sweater amplio y militante. Una rebeldía intensa, inofensiva, cuidadosamente cultivada en años de rechazos y poesías. Absolutamente no programática. Por eso mismo, impredecible.

Me pregunto si me habrá visto antítesis, aventura y vértigo. Me pregunto si sus camisas planchadas y el gel en su cabello me habrán creído la Maga. 

No lo era. Nunca lo fui. Recorrería siniestras páginas y textos intrincados preocupada por lo práctico inmediato; la sonrisa de mis alumnos, el hambre del niño de Somalía, la final de Argentina, las bombas en Gaza. Entregaría muchas noches a proyectos ingentes, fiestas populares, finales de Teoría Literaria. 

Me pregunto si me habrá visto: sola, solitaria, inquieta, cursi por momentos, magnética a veces, en destellos.

Yo no lo vi. Se movía dentro de mi punto ciego empecinadamente. No sabía qué hacía allí ni su nombre. Creía que estaba a cargo de horarios y planillas, luego lo veía cargando herramientas. Estaba en todas partes con pasos de hormiga y comentarios certeros. Pero vivía en mi sombra: cuando giraba se alejaba. Cuando hacía foco, desaparecía. Cuando cerraba los ojos para verlo mejor se esfumaba su contorno. Yo nunca estaba ahí cuando estaba con él. 

No sé qué fue primero. Subestimar, reír, respetar. Supongo que en ese orden al principio, y luego en ciclos cada vez más cortos. Buscar, encontrar en el lugar justo, pedir ayuda. Sorprenderlo, deslumbrar. Visibilizarnos. 

Yo no sé cómo fue. A fragmentos, atónita. Como el eco de un eco. Quise que me amara. Estimo que algo de mí comenzó a intentar que sucediera. El resto, todo el resto, huía de la felicidad. 

Él dice que sí sabe cuándo, que sí sabe cómo. Supongo que me lo contó muchas vidas después, después de hacer el amor o antes del té de rosas. Dijo que me vio proyectada contra la ciudad, el pelo lacio, sin maquillaje, vestido de domingo y borcegos de batallas. Más ligera que otras veces. 

Después fue la música, el concierto de la primavera. No dejé que el verano me desconcertara, lo dejé entrar una noche de diciembre. Yo no sé cuándo, yo no sé cómo. Sé que la noche se hizo tibia y la ternura no se hizo esperar. 

A veces reconstruimos los intentos y las tensiones, tratamos de recordar los días de la frontera. Es inútil, el presente consume las memorias perfumándolas y dejándolas volar. Intentamos clasificar los errores pero ellos se vuelven escenas cinematográficas, en ellos yo soy bella, él es exitoso y no nos hace falta nada más. La torpeza las deja correr por la casa desordenada, las pilas de ropa, los platos rotos y los discos abiertos entre libros sin abrir. 

Una tarde de invierno nos descubre enredados y yo lo convenzo con su cabeza entre mis manos de que siempre lo amé. Él me cree mientras me sostiene abrazada a su historia e insiste en que siempre me vio como lo veo ahora. Y yo digo que sí. La mirada del amor es más larga que la de la verdad. 

No hay repeticiones ni fastidios. Todo lo que duele y todo lo que molesta nos encuentra maravillados por el tesoro que desenterramos. 

A veces yo le cuento las cicatrices y él pesa sus mochilas. A veces los huesos nos duelen de tanto armar castillos de arena junto a la tormenta. Es costoso no olvidar los sueños, y a veces se nos mezclan, y al sacarlos de abajo de la cama ¿este es tuyo? no, ese lo soñaste vos. Que no, que es de los dos pero mirá, vos le agregaste esa pirámide y yo puse ahí ese miedo a las arañas. 

Siete, el cielo y la tierra. Los ronquidos, las ojeras, los atardeceres y sus siestas. Los viajes, las compras. Todas las risas. Los besos, la lucha, el silencio. Tu paciencia, mi ansiedad, el horizonte. El cielo en tus pies, la tierra en mis manos. Y así. 

1 comentario:

  1. "La mirada del amor es más larga que la de la verdad."

    Excelente relato, Flor. No tengo más palabras que un "gracias por compartirlo".

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