Love is her best dress.

She never find a night good enough to wear it.

martes

así.


En mi idioma

El vapor dibuja el aire, me humedece apenas la cara y ahí voy yo, admitiendo como admito mi identidad de derroche, de catarata de palabras, de esas palabras que cargan una impecabilidad ortográfica insulsa, inevitable. Lo entiendo y te entiendo pero vos no siempre me ves como yo quiero que me veas, como no sé si quiero que me veas. Ahora parece que me mirás entre el ruido y sospechás todo eso que yo todavía no sé, que voy a descubrir tarde como siempre. Me escuchás mis suspiros mis parpadeos cómo crece mi cabello y en algún lado seguramente cómo hacen sinopsis sinapsis (¿sinopsis o sinapsis?  Si lo busco en Google justo ahora es trampa) mis neuronas, mis todas mis células y las esquizofrénicas de mis mitocondrias, también. Todas esas. 
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No sé, eso sí que no sé, si te hacés las mismas preguntas que yo, digamos en tu idioma pero preguntas como las mías. Porque a veces me asusta esa exacta sincronización de sensaciones, cómo precisamente la misma mirada, una sensación parecida, una opinión compartida, y hasta la misma incomodidad, la tentación, la tensión, la sintonía, no bancarnos, querer volver a casa y para otra vez extrañarte, si se puede decir así. No claro, que no se trata de extrañar, claro que es otra cosa, algo en todo caso mucho más extraño y más triste y más sin nombre y más idiota, una sensación de ausencia mucho más idiota.


Por eso, por esa frecuencia que nos comunica por momentos, es que el resto del tiempo me aterra la predecibilidad-predectibilidad (¿quién sabe?) del desacuerdo, del debate, de la colisión de mundos. La superposición tímida de universos, me da miedo, como América en 1941 para los mundos más viejos, sin mapas, sin banderas, sin colonias. Así vos como el continente en el que nadie vive ni ama ni muere por sí mismo, así vos, lleno de vida pero sin mi mirada que le delineara tantas sombras, que le proyectara tantas palabras, tanta cartografía, toponimia, división política, todo eso que no deberías tener y creo que no tenés. Como hago ahora, eso que te hago ahora.


Y después de un rato ya no me acuerdo si el miedo era a que te hicieras las mismas preguntas, sino mucho peor, a que tuvieras alguna de mis respuestas.


Sabés porque sabemos que el problema es ése, este terror insondable a las palabras, a llenarme de explicaciones, a completar todo con detalles, a pintar todo y no dejar zonas de dudas ni espacios de ignorancia. Un terror a decirlo todo, a que todo se sepa, a que todos los hábitos sean reglamentados. A que me acostumbre, a que no sea sorpresa, no sea vértigo, no sea duda. A que un día todotodotodo esto ¿esto? sea certeza. Por eso no intento borrar una sola coma, por eso no me detengo a registrarlo todo, por eso me lleno de preguntas y de repente me callo, miro para otro lado, suspiro y se las regalo al horizonte, por desprolijo que esté.


Te acercás y te veo como un cíclope, se superponen los dos ojos pero no es cierto que me doy cuenta porque yo, porque mi originalidad y mi poder de percepción sino nada más porque el capítulo siete de Rayuela me lo dijo. Creo que tu cara de verdad es ésta difusa y empañada y desordenada de estar tan cerca, yo a punto de cerrar los ojos o vos a punto de silenciar mi desastre. No estoy segura, pero como tantas otras veces no sé si quisiera discutirlo. Nada más es así, no podría mirarlo distinto. Mirarte digamos. Mucho más lindo así, tan lindo así de cerca.


Reconociendo que no puedo negar, no te rías, no podés negarme, que me pasan cosas modestamente mágicas. Tal vez solamente aprendí a leerlas porque mi docilidad lectora, porque mi sensibilidad de plastilina, mi ingenuidad de fe cálida. Puede ser pero elegir el camino más largo y lento por la noche de domingo y ver ese globo perderse en una de esas callecitas angostas que no hay por acá, un globo dorado con un cordoncito enrulado, no oponía resistencia, no se caía. Envidié a la pareja más próxima más prójima que pudo haber estirado la mano y no lo hizo, me imaginé feliz llevándomelo a casa en el tren, atándolo a la mochila o a la ventana de afuera, algo así. Por supuesto una parte de mí tuvo un impulso de salir a correrlo, hubiera sido lindo correr una cuadra por esa callecita, el viento frío. Todo mi resto me detuvo para verlo irse, para después seguir caminando. Ni mi globo ni vos ni yo teníamos vocación de mascotas. Y no la vamos a tener.


La misma que no puede evitar demorarse varias horas en recuperarse de una discusión política en el lugar equivocado, la que guardó su ira pero no la puede digerir, la que no puede reírse y darse igual. Esa que después se preocupa por la vida de cualquiera que la arriesga empecinadamente o nada más la arriesga de maneras distintas a las mías. La que después de ver una película que no es de terror, que no es ni un poco de terror prende la luz y pone una de dibujitos para poder dormirse, porque le hizo mal, porque tiene miedo y angustia de verdad. Porque que no me digan, que no me reten, porque que no me duelan así otra vez.


Y entonces en mi idioma un loco de esos se sienta en frente en el tren, uno de esos trenes que no es de todos los días, y me empieza a hablar, por momentos parece que habla solo también. Era obvio que de todo el vagón iba a buscar mi atención, era obvio. No se trata de belleza ni de nada que yo tuviera para ofrecerle. Iba a pasarme a mí, iba a pasar nada más para que a mí se me clavara una pregunta. Desayuno unas facturas regaladas mientras pueblos que son nada más que estaciones se dibujan y desdibujan para mí. Le ofrezco una no por él, probablemente. No por conciencia social, no por proyecto de igualdad. Le ofrezco una porque no puedo no hacerlo, no lo entenderías, no puedo. No acepta pero creo que se arrepintió. No le insistí, a veces tengo vergüenza pero ojalá me pida una, las guardo en el bolso las que quedan.


Me acuesto de costado, me tapo con el abrigo y no tengo miedo que me roben el bolso mientras cierro los ojos. No le serviría a nadie su contenido, a nadie que no fuera yo, un vestido sucio de lapiceras y mate, cosas así. Tan robable, y por eso mismo. El boletero me despierta, me pregunta de dónde vengo, a dónde voy. La ficción superadísima por esa gente que vende boletos arriba del tren y no antes, no después. Era igual de evidente que me iba a comentar, me iba a preguntar, si tenía sueño, si tenía frío, si me había divertido.


Esas cosas que ya son normales, que las escribo para que no lo sean, para desautomatizarme de tanta magia, mientras pienso si hacerme un mate cocido o no antes de irme a dormir, mientras odio a los pajaritos que ya están cantando, mientras intento planificar mi semana para ir a la marcha del jueves y que no me lo cuenten, y me pongo cada vez más apasionada en luchas sin fundamento, pero de las que no renunciaría a una sola. El romanticismo de siempre: del lado del que va perdiendo.


Sigo bailando arriba del teclado, me gustan tanto las uñas rojas y el ruido de las teclas negras, tic tac tic tac. El contraste, el ritmo, y sigo y solamente sigo para no ponerme otra vez así en la rutina de la noche, de sacarme las botas, de tener frío un ratito, prender la estufa, despeinarme, despintarme, frío, frazada, acurrucarme sola y preguntarme si ya te dormiste.


No hay opción, enseguida otra vez el sol va a pintar las nubes de un gris más claro. Ni el azar ni la voluntad me van a salvar, otra vez el sol. Voy a intentar que esta noche dure más, que el sol no, no porque no quiera levantarme, sino solamente para probar si puedo. Un tiempo más elástico, sólo por hoy, que el martes demasiado martes no llegue. No quiero ser yo hoy, no puedo ser yo todo el tiempo. Mi inconstancia está motivada más por la curiosidad de si se puede que por la vagancia. Pero el martes otra vez, la mañana después y la lluvia y todo pegajoso y yo despeinada, ojeras, la misma ropa roja de siempre, los botones. Y estas ganas locas de vivir de verdad.



En ese segundo, con la omnisciencia del semisueño, medí el horror de lo que tanto maravilla y encanta a las religiones: la perfección eterna del cosmos, la revolución inacabable del globo sobre su eje. Náusea, sensación insoportable de coacción. Estoy obligado a tolerar que el sol salga todos los días. Es monstruoso. Es inhumano.
Antes de volver a dormirme imaginé (vi) un universo plástico, cambiante, lleno de maravilloso azar, un cielo elástico, un sol que de pronto falta o se queda fijo o cambia de forma.
Julio por supuesto, Rayuela capítulo 67.

1 comentario:

  1. Querida ex compañera de tan solo un año de secundario:
    Sé que no nos conocemos realmente. Sé que tal vez nunca nos dimos la oportunidad. Y sin embargo, cuando leo varios de tus escritos en este blog tan especial me siento muy identificada con vos.
    Es por eso que te mando un abrazo y prometo seguir visitandote aunque sea virtualmente.

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