Love is her best dress.

She never find a night good enough to wear it.

miércoles

Vos sí tenés la culpa de que el mundo sea tan feo.-

(Los brillantes)

Cuando el contenido de todo el registro de las historias de amor que amaste en tu vida está conformado por un collage de canciones y fotos a media luz, con rincones de cuerpos idealizados que no podés hacer otra cosa que despreciar y extrañar extraños y recordar en desacuerdo, como se aborrecen y se adoran los ídolos y santidades de un estante.

Cuando todas tus preguntas tienen más de tres renglones, tus dudas padecen el tamaño de un dios planetario y tu universo la medida de tu esperanza. Cuando la pregunta más difícil es qué hacer hoy, y la más sencilla, por qué no morirse mejor.

Cuando te hacen ruido todas las frases hechas y no te cierra ni una sola de las convenciones sociales que te impone el mercado del reality show. Ni Facebook, ni Michel Teló te convencen. Pero tampoco el traje, el curriculum vitae, papá mamá estoy de novia. Asado, brindis, lavar los platos, chismes en la cocina, after office, el primer auto, zapatos nuevos con plataforma de madera. No, no.

Afuera está nublado y por eso gris y por eso no sabés si los atletas salen esta mañana a correr. Tu fiebre levanta, te despega de tu cara y te mirás. No sos grande y hoy no salvaste el mundo. No sos nadie, sos alguien pero de bordes difusos. No amaneciste solo, pero decir que no estás solo probablemente sea tan pretencioso como el pronóstico meteorológico de esta tarde, que cada tanto consultás como si alguna vez, de casualidad, hubiera acertado.

Hacés planes para esta semana. Tal vez tu mirada a largo plazo llegue a ese binomio que ya no te interesa. El de viernes-sábado. Lo siguiente que sabés es que te recibís en unos años. Que querés irte a vivir sola para poder almorzar un cuarto de helado de limón el domingo y después seguir durmiendo.  Y tener un gato que se llame Cheshire.

Pero sabés que pocas cosas pueden pasar. Que no se abre a cada paso un mundo de posibilidades y que no tenés en tu mano el poder para cualquier cosa. Te autoproclamás obrero del sistema y querés salir de ahí porque no das más, porque no alcanza con hacer todo lo que tenés que hacer para hacer todo lo que querés hacer. No bastan los kilómetros acumulados que tenés en la SUBE para viajar los viajes que soñás.

Leés Freire, Marx y Bukowski y tiene sabor a poco volver a casa mareado, tirarte en el sillón, morirte de risa, morirte de amor. Amor agridulce, ambiguo y discapacitado, estacional, virósico, enfermo y adictivo, pastillita amarilla de amor.

Mirás por la ventana. Vos sí tenés la culpa. De estar ahí, de que ese sea tu barrio, de los números finales del PBI. Vos sí tenés la culpa del lenguaje que usás y de lo que provocás con él. Tenés la culpa de la belleza que creás y de la fealdad que construís. Caen todos los ladrillos de tu historieta sobre tu nuca. Tenés la culpa, vos sos vos y tenés vida. Las esquinas que no doblaste y las miradas que no recorriste. Tenés la culpa del hambre en África, del frío en Europa y de la angustia carnavalesca latinoamericana. Tenés la culpa de la peste negra, la guerra fría y de la revolución argentina. Si te quedás ahí, cruzando con miedo al almacén, tomando té de frutillas y viendo amanecer desnuda. Es tu culpa.

Y entonces te tirás, literalmente te dejás caer y te preguntás qué parte falló, si tenías todo tan claro, eufemismo, la tengo clara, miro al horizonte y sé qué viene después de la línea. Terminé el secundario, sé que quiero y a dónde voy. Conozco lo que me gusta y lo que hago mejor. Y después la línea se la aspira alguien, se esfuman los calendarios. Estás acá, y cuánto creciste. Es una pregunta.

Porque por qué alguien, en alguna parte del mundo, podría mirarte orgulloso de vos. Otra pregunta. Pasan los minutos. Sube el humo. Por qué el puto individuo que odiás todos los días, empecinadamente, te extrañaría. Cuáles son las razones que te hacen único e inolvidable. Quién te dijo que dejaste todas esas marcas que estás seguro de haber dejado. Te hacés otro mate. Se levanta la mañana, la vecina no habla bien de vos. Buen día. Seguís sin corpiño.

Cómo, con todos tus dones y talentos, con tu maravillosidad a cuestas, con esa carita irrepetible, podrías triunfar, llegar lejos, romperla, comerte el mundo. Por qué tu mamá, tu compañero de banco de primaria, tu profe preferida, tu primer jefe te enterraron en el medio del barro y ahora te ven caminando en zigzag, como un científico a su rata de laboratorio, con un cariño cercano a la perversión, a la ironía, a la crueldad más cruel, que es la crueldad del que te quiere bien. Te pusieron en el barro y ahora te miran, te miran esperando, como diciendo “a ver cómo hace este para poder brillar”.



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