Love is her best dress.

She never find a night good enough to wear it.

miércoles

Juan

A los que escribimos, a algunos de los que escribimos, cuando leemos las realidades nos tiembla el pulso. Nos asume una ansiedad incierta, a veces hasta torpe, de hacer arte con tantos dolores. El pueblo y sus injusticias nos reclama, nos llama a gritos, nos tira el borde de la manta cuando tratamos de denscansar.

Y no nos deja. No es genético, ni simplemente intelectual. Pero no sabemos por qué necesitamos amplificar los mensajes de la tierra. Será porque vimos la desigualdad, porque nos conmovió una lucha, porque algo en los otros escribas que son los medios no nos cierra y se hace roca en los calzados. Hay algo que no dicen, ellos. Que tenemos que decir.

Algunos sugieren que buscamos el sufrimiento humano, que intentamos vivir en épocas duras, que nos regocijamos en desarrollar ensayos a partir de la parte vacía del vaso. Esos no entendieron que este sistema no propone tiempos fáciles, que ni siquiera las transformaciones positivas y el trabajo optimista de muchos nos va a conformar, que tendremos que seguir denunciando, que ni siquiera enamorados olvidaremos la mirada del hambre y el silencio amargo que mastican los que vieron morir a los que aman.

Pero de todos los que somos, de todos los que intentamos o más bien se nos hace inevitable elegir la faz gritona de la palabra, porque ella nos eligió a nosotros, lastimeros militantes… de todos decía, hubo algunos que elevaron la voz por todos los que apenas balbuceamos realidades. Hubo y sigue habiendo algunos que, como Walsh, tuvieron que salir a izar verdades, que en el momento justo honraron sus compromisos.

Hubo, hay pocos, que además desarrollan las capacidades creadoras y transformadoras de la palabra para que diga más, para que diga para siempre. Tal vez haya uno sólo que llevó la poesía a los límites de su potencia militante. Que hizo la palabra gritar y sollozar, que se hizo palabra de muchos, que nos pegó un verso que no deja de cantar pero que nos duele, nos molesta. Uno que hizo a la poesía dar vida y que hizo de su vida poesía coherente, sólida, implacable y por eso mismo eterna: para llevar a la vida y para grabarla de por vida.

Juan Gelman poeta militante. Militante poeta. La yuxtaposición no admite que los calificativos sean separados, es imposible que cada uno vaya por su lado. En las luchas hay hombres que mueren sufriendo, hay muchos otros por los cuales valió la pena luchar. Hay hombres cuya muerte es una herida abierta, una denuncia imperecedera. Y hay hombres que hacen de su vida toda una lucha, que viven para hablar, que guardan la memoria de los pueblos.

¿Valdrá agregar detalles biográficos, citar los versos que recuerdo, contar una anécdota improbable sobre Juan? ¿No hay ya mucho de eso merodeando por ahí, y además al alcance de la mano de cualquiera, una googleada, un diario de hoy con una editorial dirigida a masturbar un interés limitado, egoísta, chiquito? ¿Tendrá sentido repasar información que pierda peso con el paso de los días, cuando los raccontos de verano vuelvan a dejar paso al debate sobre las altas temperaturas? No voy a ser yo, no va a ser aquí, mientras brindo con un tinto aceptable, porque morir es otra cosa que toda esta vida que nos acompaña hoy, en tiempos más prometedores. En tiempos de redención lenta de la belleza.

Cuando todo pasa, cuando los caminos del poeta, su vida, su muerte, todo lo que amó, todo lo que perdió y su coyuntura histórica quedaron atrás, queda la literatura, queda la palabra. Para honrar los caminos del poeta, y su vida, y su muerte. Y todo lo que amó, y todo lo que perdió.  Y su coyuntura histórica.

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