Love is her best dress.

She never find a night good enough to wear it.

miércoles

quien quiera oir que oiga


ayer soñé

Sueños enormes que el camino chiquito va regalando a las pibas soñadoras: un parque lleno de chicos leyendo tu desierto, gente desconocida, aunque poquita (y por eso mismo suficiente) leyéndote, mirar mil documentales, películas y otros audiovisuales de historia para que finalmente ilustren una oración por la patria y, hoy, finalmente, las historias de este acto.

Rechazando y renegando de los actos escolares que perdieron porque perdimos la ansiedad de la preparación de galeras y quedando demostrado que habían dejado de reflejar las propuestas de país que queríamos (pero porque justamente estamos proponiendo otro país, justamente por eso), acepto el desafío de escribir algo, de delinear algo. Con fiaca tiro una idea, bosquejo unos párrafos, recibo algunos libros, busco algunas fuentes.

Buscamos una docena de chicos y les contamos. Se prendieron, y ahí empezó todo. Los proyectitos enamoran y despiertan, y por eso mismo te quitan una noche de sueño así, una noche sin dormir.

Lo que hicimos fue proyectar estos videos y encima unas jovencitas y muchachitos geniales le pusieron voz a estos personajes brillantes, poéticos, silenciosos, enormes. La brutalidad de mi edición no le quita mérito a lo inconfesable del temblor que me recorrió cuando encontré en el silencio de ese teatro esa convicción que me da tanto miedo: están escuchando.

Estos testimonios que no juegan al golpe bajo en medio de la tristeza grande y desolación que ocupan la mayoría de ellos, -en algunos casos por lo menos reina la confusión-, son las voces que artistas y educadores decidimos recuperar. También las de los claramente equivocados. Por eso no, lo mío no es catarsis literaria, es responsabilidad y servicio. Humildísimos. Lo que me toca hacer en este momento, en este pedacito de mi historia, es esto. Una señora que quiero mucho hoy dijo algo así como: "me tocó ser instrumento." Eso. Simplemente eso.

Natalia
El 25 de mayo, a 201 años de la revolución, queremos reflexionar juntos. Si el año pasado celebrábamos el camino recorrido, hoy queremos ir por más.
En toda nuestra Historia, como en cada historia, en cada acontecimiento de cambio, en los hechos dolorosos, imponentes que son contados por los libros y por los diarios, hay muchos ojos que no ven y muchas voces que callan, que quedan silenciadas por el vértigo de la historia, calladas a la fuerza por la fuerza, o por la ignorancia, o por el olvido.
Por eso recuperamos las otras voces y contamos con los testimonios sencillos de quienes quedan cuando el cambio pasa, cuando queda la ausencia. El que queda, el testimonio de la memoria, el de la vida, de la esperanza contra toda esperanza. El testimonio del que calladamente intuye nuevos caminos.



Belén
Ana Perichón de O’Gorman fue la amante de Santiago de Liniers, el virrey elegido por la gente de Santa María de los Buenos Aires, por su defensa de la ciudad en la primera invasión inglesa. Ana, desprestigiada, pasional, rebelde y amante de la libertad, es testigo de los sucesos que cambiaron la historia de la colonia española. Muchos años después, junto a su nieta Camila, recuerda esos momentos:
Macarena
En medio de los festejos por haber podido defender la ciudad, yo arrojé a los pies de Santiago un pañuelo. Lo que empezó en nuestras vidas en ese momento también fue una revolución. Esa ciudad podía ser en cualquier momento española, inglesa, portuguesa o independiente. Todos querían cambios, y todos hablaban mal de nosotros. En las plazas y por las noches, había murmullos y trampas. Después de esa batalla, se organizaron pequeños ejércitos y los hombres recibieron armas. Esa ciudad colonial ya era un campo de batallas de ideas, de palabras, de intereses. Las mujeres y los niños mirábamos todo eso comprendiendo poco, pero yo me enteraba de todo. En esos tiempos me empezaron a decir la Perichona, una mujer muy bonita cuya elegancia estrepitosa daba realce a su belleza, ardiente y volcánica, dijo alguien alguna vez. Pero lo que les sorprendía a todos era que tenía talento, y que escribía buenas cartas.






Belén
Guadalupe Moreno es la esposa de Mariano Moreno, abogado, periodista y personaje decisivo en la Revolución de mayo de 1810. En enero de 1811, él es enviado a Europa. Allí comienza la correspondencia de Guadalupe, Lupe, hacia Mariano. Ninguna de esas cartas llegó a manos de Moreno: la primera fue escrita diez días después de que él muriera en alta mar.
Mariel
Mi querido y estimado dueño de mi corazón:
Aumentan mis males al verme sin vos y de pensar morirme sin verte y sin tu amable compañía. Todo me entristece, porque tengo el corazón más para llorar que para reír. Mi querido Moreno: Si no te perjudicas, procura venirte lo más pronto que puedas o si no hacerme llevar porque sin vos no puedo vivir.
No me consuela otra cosa más que cuando me acuerdo de las promesas que me hiciste los últimos días antes de tu salida, de no olvidarte de mí, de tratar de volver pronto, de quererme siempre, de serme fiel.
Quisiera escribirte cada día. Con esta van siete cartas y una esquela, y yo hasta ahora no he recibido ninguna tuya. Ya hace tres meses y diecisiete días que te fuiste. Por Dios, Moreno, escribíme a menudo y date un lugarcito para leer mis cartas, aunque disparatadas, y no las tires sin leerlas. Acordáte de tu Mariquita que te quiere más que a sí misma y sobre todo lo que hay en el mundo.

Belén
No sólo las mujeres fueron silenciadas, también los que lucharon y fracasaron.
Hubo otro personaje, un soldado llamado Juan Galo de Lavalle, que ingresó como cadete al ejército de los Granaderos a caballo y llegó a ser general. Participó en ciento cinco combates por la libertad del continente, cometió grandes errores y murió, como tantos en esta tierra, en el fracaso y la tristeza. El gran escritor Ernesto Sábato pone en boca de un testigo cercano sus últimos días. Esto está contado en su novela Sobre héroes y tumbas y luego fue musicalizado con Ernesto Falú. El sargento Sosa llora la muerte de Juan Lavalle como si fuera la de su único hijo:
Emmanuel T.
Tu combate ha terminado,
adiós General Lavalle
sean testigos de este duelo
las montañas de este valle.
Guarda mi llanto, oh corazón.
Ay, año cuarenta y uno
los pueblos se han desolado
por tanta cruenta batalla
tantas madres han llorado.
Guarda mi llanto, oh corazón.
De las desgracias rodeado,
provincias peregrinando.
Qué estrella te alumbraría.
Cerros y valles penando.
Guarda mi llanto, oh corazón. 
Emanuel P.
Esta es la historia de un caballero valiente y desgraciado, la historia de la larga retirada de un hombre atormentado por el recuerdo y el infortunio, el romance del fin y muerte del General Juan Galo de Lavalle, el soldado a quien San Martín llamó Primer Espada del Ejercito Libertador, peleó en ciento cinco combates por la libertad de este continente y murió en la miseria y el desconcierto.

Belén
Seguimos contando historias pequeñas, de personajes importantes y de personajes anónimos. Algunos años después de la muerte de Lavalle, cuando la guerra civil entre unitarios y federales había terminado, y Sarmiento era presidente, Emilio Castro gobernador, y Narciso Martínez de Hoz intendente, un movimiento incesante de inmigrantes europeos poblaba la zona sur de la ciudad de Buenos Aires. Allí, en 1871, estalla en los conventillos de San Telmo, la mayor epidemia de fiebre amarilla conocida, y la peor tragedia que tuvo la ciudad de Buenos Aires. Una mujer inmigrante nos lo cuenta:
Lucía
Llegamos en barcos de a montones. Como si huyéramos, y huíamos, y buscábamos algo nuevo en este mundo nuevo. Pero nos acomodamos en conventillos, como podemos, y acá no hay agua para todos ni espacio suficiente. Mis tres hijos y yo compartimos una piecita. Anoche nos enteramos de un caso de fiebre amarilla en esta cuadra. No nos podemos ir, pero es la vida de nuestros hijos, y muchos ya se fueron. Todos los días nos enteramos de muertes nuevas, es una enfermedad horrible. Los negocios están cerrados, las calles desérticas, faltan médicos, hay muertos sin asistencia, el que puede huye. Un periodista convocó a la gente a conformar una comisión popular de salud pública. Se reunieron en la Plaza de Mayo y juntaron gente poderosa y gente común. Tenemos un poquito de esperanza. Yo cuido a mis hijos con mucho cuidado, hasta que pase la peste.

Belén
Nos vamos aproximando a  la historia más reciente, que nos permite, un poco, conocer la nuestra. Nosotros la estudiamos y muchos otros estudiaron siempre. Hubo tiempos oscuros, donde pensar era peligroso, y queremos contarles de una noche que fue sólo una muestra. Cuando la Dirección General de Orden Urbano irrumpió en la facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires y la desalojó, así como también a otras cinco facultades. Esa noche fue llamada la noche de los bastones largos. Una estudiante que estaba allí nos lo cuenta:
Emilia
Era julio de 1966. Hacía frío. Habíamos ocupado la Universidad porque no estábamos de acuerdo con que el gobierno militar interviniera en nuestros estudios. Querían poner fin a la autonomía universitaria y la libertad de cátedra. Callarnos, a nuestras críticas y  a nuestra libertad. Entraron de repente, le pegaron hasta al decano y nos hicieron salir por una doble fila de policías que nos pegaban bastonazos. A todos por igual, profesores, estudiantes hombres y mujeres. En esos tiempos estudiábamos mucho, investigábamos, nos reuníamos. La Revolución Argentina, que así se llamó esa dictadura, no era una revolución, nos dividió y quebró nuestro proceso de aprendizaje. Casi dos mil científicos renunciaron o se fueron del país, y eso era sólo el comienzo. Nosotros, estudiando, estábamos haciendo la revolución.

Belén
Pegamos otro salto en el tiempo y nos encontramos más cerca, muchos de ustedes lo recuerdan imágenes en el noticiero, comentarios en casa. En un período, como tantos, de crisis, un quiebre financiero combinado con muchos otros factores, provocó el movimiento de mucha gente que salió a las calles a protestar de distintos modos. Fueron tiempos de corralito, cacerolazo y “Que se vayan todos”. El presidente renunció, y en pocos días el poder ejecutivo pasó de manos varias veces. El 19 y el 20 de diciembre murieron en estos hechos 39 personas, 9 de ellos menores de 18 años. Una oficinista que trabaja en microcentro, nos cuenta lo que vio y vivió:
Daniela
Ese día todos viajamos al centro con miedo y sin entender. Muchos faltaron, otros llegaron muy tarde. Nadie pensaba seriamente en trabajar, no podíamos, estábamos distraídos, con la radio prendida y mirando por la ventana. Mi mamá me llamaba a cada rato, veía la tele en casa y los titulares eran cada vez más alarmantes. Yo veía llegar cada vez más gente por Avenida de Mayo. Gente de todos lados y de todas las edades. Me preguntaba qué iban a hacer. Ellos tampoco sabían. Había bronca, miedo, ganas de hacer algo y también muchos curiosos. Todo el día fue llegando más gente a Plaza de Mayo. Había pocas banderas, muchas eran banderas argentinas. Todo eran preguntas sobre lo que iba a pasar. A las cuatro de la tarde, el presidente anunció que no iba a renunciar. A las siete, se fue de la Casa Rosada en un helicóptero. Nada estaba bien, venía navidad,  y nos dijeron que el país estaba quebrado, fundido, paralizado. Muchos participaron buscando decir algo, muchos no entendíamos nada. Creo que fue ese día en que yo empecé a leer los diarios. Las cosas no mejoraron enseguida pero empezaron a calmarse. Mis compañeros y yo, al día siguiente, volvimos a trabajar como siempre. Ninguno quería perder su trabajo.

Belén
Pocos años después, y esto también lo vivimos de cerca, sucedió algo incomprensible de lo que nos enteramos una mañana, apenas antes de que terminara el 2004. Todos los jóvenes buscamos reunirnos, encontrarnos, celebrar. La música es parte de casi todas las fiestas. El 30 de diciembre de 2004, casi 200 chicos murieron en un boliche de Once. Como cada una de las historias que fuimos contando, hasta hoy estos hechos generan discusiones, preguntas, polémicas. Incluso el proceso judicial, no terminó hasta hoy. Una chica que se quedó afuera de República de Cromañón nos habla de ese día.
Constanza (Vero)
Yesi y yo compramos las entradas dos meses antes. Ese día fuimos en tren hasta Once, y de ahí  caminamos unas cuadras. Hacía muchísimo calor. Entre el viaje y el calor, Yesi se descompuso y le bajó la presión cuando estábamos por llegar. Conseguí una gaseosa en un kiosco, pero Yesi no se sentía mejor. La quería matar. Me dijo que entrara sin ella. No me daba la cara, íbamos juntas, sin ella no iba a ser divertido. La fila crecía y cuando abrieron las puertas empezó a entrar la gente. Eran muchísimos.  Me pareció que demasiados, como siempre. Si entrábamos, Yesi se desmayaba porque íbamos a estar apretadísimos. Nos íbamos a perder la fiesta esta vez, íbamos a escucharlo desde afuera. Nos sentamos en el cordón de la vereda de enfrente y nos pusimos a charlar. Cuando empezó la primera canción nos morimos de ganas de estar adentro, pero enseguida pasó algo. Un grito, más gritos, golpes en la puerta. Gente que empezó a salir corriendo. Un incendio. No sé cuánto tiempo pasó. Mi mamá me llamó desesperadísima al celu. “Nos quedamos afuera má, no no sé bien qué pasa”. Más humo y gente corriendo. Al rato aparecieron los bomberos y algunas ambulancias. Conocía a algunos de los chicos que salían gritando. Y a algunos de los que fueron apilando en la vereda, también.
Belén
La historias están hechas de pérdidas y ausencias, y allí, de voces que hablan y voces que callan. Con todo esto que recibimos, en un año de elecciones, optamos por la vida. Por eso los invitamos a ver otro testimonio, uno actual, una propuesta, un nuevo camino. Camilo Blajaquis tiene 21 años y nació en Morón.


Natalia
En los actos escolares, miramos la historia para conocer lo que el presente le costó al pasado, lo que el futuro le está costando al presente y cómo las heridas y sueños de todas las generaciones se proyectan en nosotros como promesa. Hoy queremos sentirnos invitados a protagonizar lo que viene: una generación debe saber que no está sola. Debe saber que es necesaria, importante y decisiva para otras generaciones pasadas y futuras. Debe saber que lo que encanta de la vida no es el mundo que se recibió sino el que podemos dejar.
Para encantarse con la vida, para encontrarse, una generación necesita rebelarse, revolucionarse, porque el desencanto se contagia fácilmente, pero el encanto es un trabajo de hormiga. La historia cuenta con que hagamos la diferencia.
La revolución, como la del 25 de mayo, también es revelación de la identidad, es propuesta de cambio, intento, lucha, trabajo. La revolución hoy, es desde abajo y de otro modo. Nos pide a todos amando lo que hacemos y haciendo lo que amamos. Aprendiendo, informándonos, buscando alternativas y recreando la historia. Cuando es revolución el pueblo quiere saber de qué se trata, y quiere soñar de qué se tratará.


Cosas usadas (en orden, desordenado): 

Lupe, (nomeacuerdolaautora, ahora lo busco)
Ana Perichón, Silvia Miguens.
Sobre héroes y tumbas, Ernesto Sábato.
Romance del fin y muerte del General Juan Galo de Lavalle, Ernesto Sábato.
Algo habrán hecho.
Lo que el tiempo nos dejó.
Videos y fotos de la página del bicentenario.
Memoria del Saqueo, de Pino Solanas.
Imágenes y videos de distintos noticieros, blogs, etc.
Información de libros de historia y páginas varias.
Uno entre mil, Gustavo Cerati.
Zona de promesas, Gustavo y Mercedes.
39º, Lisandro Aristimuño.
Hindue Blues, Kevin Johannsen.
Sing, My chemical romance.
Dientes de cordero, Los piojos.
En Anunnakilandia, Calle 13. 
Un textito de Gramsci que leí en la facu. 
"La generación desencantada", Casi ángeles.

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