Love is her best dress.

She never find a night good enough to wear it.

domingo

la germinación del poroto.-


La germinación del poroto

Intenta hacerse, otra vez, café. Tira el sobre del edulcorante adentro de la taza y su contenido, a la basura. Raspa el fondo de un frasco de café instantáneo. El agua le hirvió y la derrama salpicando una zona de la mesada. Revuelve con desdén y corre otra vez al lado de la estufa. El invierno es más frío cuando se queda en casa.

Diversos factores conspiraron a favor de esta hibernación de algunos días. Un dolor de cuerpo profundo –síntoma  gripal impostergable-, una pila de apuntes, un poco de desprecio por las salidas en general y una baja sensación térmica. Una propuesta que no llegó la podría haber sacado, aún así de ahí, de acá. Y no.

Con diversas capas de abrigos se arrincona con su taza, se enreda como un gato en un rincón y es cercana la felicidad a la seguridad que provoca esa trinchera perfumada, de fotocopias y lápices de colores. Una batalla de ideas entre reproductivistas y productivistas, pero ella es testigo cómoda del intercambio de ensayos y discursos.

Recuerda entonces que una vez hubo quien la educaba con historias antiguas y le contó la anécdota –probablemente inventada, pero ya es lo mismo, o siempre lo fue- que recorrió las academias del mundo hace un par de siglos. ¿Un par de siglos? Medidas aproximadas bienvenidas, el rigor científico aquí, como en casi todos lados es una payasada saludable a la que no me interesa arriesgarme.

La historia cuenta o contaba que, antes, allí donde comenzaba la universidad terminaba la vida. Y al entrar, este humilde estudiante que aprendía latín y cargaba manuscritos de monjes copistas zurdos agremiados en sindicatos de dudosa actitud de lucha, llevaba entre sus pergaminos, portulanos y delicados instrumentos de cálculo, junto a sus herramientas de orfebrería y sus elementos para hacer magia. Él lleva, decíamos, entre todo eso, un frasco. Un frasco de mermelada. En él está realizando la primera germinación de porotos de la historia.

A ella se le antoja llamar a este estudiante Adso nada más porque conoce otro, y sabe poco de nombres medievales para jovencitos.

Y Adso, ese, lleva su frasco a todas partes. Lo pone bajo su catre cuando duerme y en el marco de la ventana al amanecer, para que las vidas incipientes puedan fotosintear a gusto.  Cuando va a cursar, lo lleva consigo. Tema que la hambruna medieval convierta sus brotes en una ensalada. Habla con los porotos que van perdiendo su piel para dejar latir la nueva vida. Ha dejado de comer vegetales porque dice “que tienen alma”. Adso no sabe que está revolucionando la historia de la educación.

En los claustros universitarios los que no le preguntan curiosos, se alejan de él burlones o temerosos de que se trate de alguna nueva herejía. Él simplemente contesta que enrolló uno de sus pergaminos usados y colocó entre ellos y el vidrio del pote, dulcemente, unos porotos que consiguió en la cocina del monasterio. “Quiero ver el momento justo en el que estalla la vida, ese en el que todo empieza”

Ella se desdistrae e intenta leer un párrafo más de la historia de la historia. Estuvo todo el día con el mismo, oscuro y laberíntico artículo de historia social, y ya le empieza a quemar el corazón de tanto medievalismo, Ilustración, Foucault y Derrida. Se estira en el piso como un trazo que se dibuja en el margen cuando no se presta atención. Abre los dedos de los pies y rota las muñecas. El momento justo en el que todo empieza.

Ella sabe que el impulso curioso y renovador de Adso atraviesa la historia y está presente en otros muchachos confundidos y con cortes de pelo incorrectos (cfr. cabello de Adso en el Nombre de la Rosa peli).  Por eso intuye, atina a descubrir, ya cerca de la anomia propia de quien se arrebuja junto a una estufa durante varias horas, que no podrá entender nada de lo que no entiende.

Adso nunca supo que su experiencia enamorada de la vida vegetal podría alguna vez ser de ayuda para maestras de todo el mundo y de todas las épocas a la hora de explicar cómo empiezan las cosas, y cómo salen maravillas de semillas que de otro modo, se usarían en una sopa y/o guisito.  Adso registraba cada pequeño cambio en sus seres casi vivientes, se emocionaba y sorprendía por el milagro de la germinación, pero no imaginó, no explicó, no dejó escrito en ninguna parte qué haría o se podía hacer con las conclusiones de tal avance científico.

Por eso ella no sabe cómo resolver la moraleja de ese cuento. Quiere encontrarle alguna veta emocional positiva que le sume en los conflictos actuales.

Y es que la germinación del poroto, como todo evento vital es básicamente inesperada e inexplicable. Ella puso todas las cositas en su lugar, regó, sumó luz natural y hasta un poco de amor, aunque al principio no se llamara así. Pero la intención de sentarse a ver cuándo y cómo comenzaba todo se vio frustrada.

Es que fue imposible notar lo que pasó cuando pasó,
entender que ya era tarde,
insolarse de certeza para poder detenerlo.
Saturada como estaba de locura y de colores nuevos,
cómo podría desovillarse,
deshilvanar lo que ya era la primavera completa.
De a pedazos, de a silencios,
se fue pegoteando en la vida de otro.
Se fue dejando leer,
se fue abriendo al sol y al agua
y al abrazo y a otro invierno con él.
Entonces aunque de poca importancia,
aunque sin palabras de amor y sin rubor en las mejillas.
Sin poemas, sin fotos, sin declaraciones,
sin testigos
y sin ni una sola promesa.
Aún así, contagiada a los besos,
despertada en la oscuridad en la cama incorrecta.
Germinada. El momento justo en el que el poroto estalla, nadie lo vio.
Lo que pasó después, se llama milagro.

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