Love is her best dress.

She never find a night good enough to wear it.

lunes

capítulo 93.-


un bizcochuelo con corazones
(capítulo 93 de Rayuela, ese juego con tizas de Julio Cortázar.)

 
 Pero el amor, esa palabra...
Moralista Florencia,
temerosa de pasiones sin una razón de aguas hondas,
desconcertada y arisca en la ciudad
donde el amor se llama 
con todos los nombres de todas las calles,
de todas las casas, de todos los pisos, 
de todas las habitaciones,de todas las camas,  
de todos los sueños,
de todos los olvidos o los recuerdos.
Amor mío, no te quiero por vos ni por mí ni por los dos juntos,
no te quiero porque la sangre me llame a quererte,
te quiero porque no sos mío, 
 porque estás del otro lado,
ahí donde me invitás a saltar 
y no puedo dar el salto,
porque en lo más profundo de la posesión no estás en mí,
 no te alcanzo, no paso de tu cuerpo, de tu risa,
hay horas en que me atormenta que me ames
 (cómo te gusta usar el verbo amar,
con qué cursilería lo vas dejando caer sobre los platos y las sábanas y los autobuses),
me atormenta tu amor que no me sirve de puente
porque un puente no se sostiene de un solo lado,
jamás Wright ni Le Corbusier van a hacer un puente sostenido de un solo lado,
y no me mires con esos ojos de pájaro,
para vos la operación de amor es tan sencilla,
te curarás antes que yo y eso
que me querés como yo no te quiero.
Claro que te curarás, porque vivís en la salud,
después de mí será cualquier otra, 
eso se cambia como los corpiños.

Tan triste oyendo a la cínica Florencia que quiere
un amor pasaporte, amor pasamontañas,
amor llave, amor revólver,
amor que le dé los mil ojos de Argos, la ubicuidad,  
el silencio desde donde la música es posible,
la raíz desde donde se podría empezar a tejer una lengua.
Y es tonto porque 
 todo eso duerme un poco en vos,
no habría más que sumergirte en un vaso de agua 
como una flor japonesa
y poco a poco empezarían a brotar los pétalos coloreados,
se hincharían las formas combadas, crecería la hermosura.
Dador de infinito, yo no sé tomar, perdoname.
Me estás alcanzando una manzana y yo he dejado los dientes en la mesa de luz.
Stop, ya está bien así. También puedo ser grosera, fijate.
 Pero fijate bien, porque no es gratuito.

¿Por qué stop?  
Por miedo de empezar las fabricaciones, 
son tan fáciles.
Sacás una idea de ahí, un sentimiento del otro estante,
los atás con ayuda de palabras, perras negras,
y resulta que te quiero.
Total parcial: te quiero. Total general: te amo.
Así viven muchos amigos míos,
sin hablar de un tío y dos primos,
convencidos delamor-que-sienten-por-sus-esposas.
De la palabra a los actos, che; 
en general sin verba no hay res.
Lo que mucha gente llama amar consiste en elegir a una mujer
y casarse con ella. La eligen, te lo juro, los he visto.
Como si se pudiese elegir en el amor,
como si no fuera un rayo 
que te parte los huesos
 y te deja estaqueado en la mitad del patio.
Vos dirás que la eligen porque-la-aman, 
yo creo que es al vesre.
A Beatriz no se la elige, a Julieta no se la elige.
Vos no elegís la lluvia que te va a calar hasta los huesos
cuando salís de un concierto.
Pero estoy sola en mi pieza, caigo en artilugios de escriba,
las perras negras se vengan cómo pueden,
me mordisquean desde abajo de la mesa. 
¿Se dice abajo o debajo?
Lo mismo te muerden.
¿Por qué, por qué, pourquoi, why, warum, perchè este horror a las perras negras?

[...]

Y ella salió de la librería
 (recién ahora me doy cuenta de que era
como una metáfora, 
ella saliendo nada menos que de una librería)
y cambiamos dos palabras 
y nos fuimos a tomar una copa
de pelure d'oignon a un café de Sèvres-Babylone
(hablando de metáforas, 
yo delicada porcelana recién desembarcada,
HANDLE WITH CARE, y ella Babilonia, 
 raíz de tiempo, cosa anterior,
primeval being, terror 
y delicia de los comienzos,
romanticismo de Atala pero con un tigre auténtico
esperando detrás del árbol).
Y así Sèvres se fue con Babylone 
a tomar un vaso de pelure d'oignon,
nos mirábamos y yo creo que ya empezábamos a desearnos
 (pero eso fue más tarde, en la rue Réaumur)
y sobrevino un diálogo memorable,
absolutamente recubierto de malentendidos,
de desajustes que se resolvían en vagos silencios,
hasta que las manos empezaron a tallar,
era dulce acariciarse las manos
mirándose y sonriendo,
 encendíamos los Gauloises el uno en el pucho del otro,
 nos frotábamos con los ojos,
estábamos tan de acuerdo en todo que era una vergüenza,
París danzaba afuera esperándonos,
apenas habíamos desembarcado, apenas vivíamos,
 todo estaba ahí sin nombre y sin historia
 (sobre todo para Babylone, y el pobre Sèvres
hacía un enorme esfuerzo,
 fascinado por esa manera Babylone de mirar lo gótico sin ponerle etiquetas,
de andar por las orillas del río sin ver remontar los drakens normandos).

Al despedirnos éramos como dos chicos 
que se han hecho estrepitosamente 
amigos en una fiesta de cumpleaños
y se siguen mirando mientras 
los padres los tiran de la mano y los arrastran,
y es un dolor dulce y una esperanza,
y se sabe que uno se llama Tony y la otra Lulú,
y basta para que el corazón sea como una frutilla, y...

Flor, Florencia.

Merde, alors. ¿Por qué no?

Hablo de entonces, de Sèvres-Babylone,
 no de este balance elegíaco 
en que ya sabemos que
 el juego esta jugado.




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