Love is her best dress.

She never find a night good enough to wear it.

martes

Otro Quijote

"abrite los amores que vamos a intentar la trágica locura total de revivir". -se escucha que alguien susurra en la tarde fría y vedada por la cuarentena-.

Él ya no cuenta sus años, no le hace falta envasar y clasificar su tiempo vivido con la intensidad propia de los caballeros andantes. Él lleva varias capas superpuestas de ropa de colores indefinidos, bolsas dentro de bolsas para no llevar nada pero para transportar tanta vida. Viaja en tren sabiendo que no sabe a dónde ir. Nadie se sienta a su lado. Yo, que no llevo armaduras y tengo tanto por aprender, sí.

Abro el libro que vuelve a caminar delante de mis ojos cada vez que mi vida pendula por las vías entre Morón y Once. Trata de un loco al “que se le secó el celebro” de tanto leer historias de caballería. Un loco que intenta resucitar esas épocas de oro en sus tiempos de hierro. Así dice. Yo, que me entusiasmo febrilmente con y contra casi cualquier cosa, lo mastico con gusto.

Le da sentido a su sensible certeza de saber que no tiene sentido. Habla en voz alta de otros tiempos, de otros países, de otras vidas, en otros universos. Multiversos. Canta bajito, cuenta historias. Su corazón se enreda ahora en un momento, ahora en una persona, en una madeja tibia de recuerdos que desovilla un poquito para mí.

El otro loco, el otro Quijote, va en un caballo flaco y casi tan maltrecho como este vagón del Sarmiento por las llanuras de la Mancha, entre Liniers y Villa Luro. Incansable, porque se sabe fundamental para todas las historias, novelas y películas pasadas y por venir. Insiste en equivocarse, o decida usted si es un error, una locura, luchar lanza en mano por un mundo perdido y desquiciado. Le muelen los huesos otra vez, triste figura.

Y una con sus locos en estéreo, sentada vuela rumbo al corazón de la locura a intentar desentrañar el misterio de sus por qué, a navegar entre letras y voces, y ahogarse las más de las veces. Una que se pregunta sino será quijotesco dar la batalla acá, con una sonrisa y unas canciones, con unos colores y un par de libros que ningún mamífero necesita para respirar.

Pero ahora se deja de preguntar y de dudar, y disfruta de esa orquesta desafinada de pobreza, se maravilla de la lucidez estos locos, cree en la fe de los valientes Quijotes, y agradece ser testigo de unas joyas en el barro de la mediocridad. Ficticios e inverosímiles, perdidos en la niebla hoy u ayer, en Once o en el Toboso, eso ya no importa, que son límites que los locos no conocemos.

Me enseñan, y creo que no lo saben, a viajar en tren.

¡Viva! ¡Los locos que inventaron el amor! -el mismo que antes, que ahora grita, envalentonado por el viento de la misma tarde, que ahora se siente un poco más libre y saludable.

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