Love is her best dress.

She never find a night good enough to wear it.

sábado

platos rotos

Recién se me cayó y se me rompió una taza. Hace unos días, un platito. No se despegaron de mis manos, huyeron de los muebles que los sostenían cuando me acerqué. Un movimiento brusco, una mirada fuerte los arrojaron de la seguridad y los enviaron a los pedazos.

Por eso sé que algo está pasando, que algo está por pasar. Sin embargo, como cuando escribo un cuento en el que los protagonistas son apasionantes pero la acción queda congelada, simplemente no sé qué quiero que pase. Siempre conozco mis deseos, no siempre me animo a decodificarlos.

Es como aquella vez en la que un plato resbaló de mis manos y me puse a llorar, incapaz de mirar sus trozos y mucho menos de hacer algo con ellos. Me puse a llorar, emprendí un llanto. Como si fuera posible comenzar, decidir, elegir llorar, como si no fuera el llanto el que hace algo con nosotros. 

Así habían caído y se habían destrozado todas las certezas.

Era más joven y mi primer amor de verdad y correspondido (como son creo, de verdad creo, los verdaderos amores, lo otro es otra cosa) se estaba terminando. Mi primera historia de amor, que hace tiempo estaba malograda y que había tenido un más largo y extenso comienzo, dulce y nocturno, estaba teniendo un final abrupto pero deshilachado, injusto y necesario. 

Habíamos perdido mucho tiempo discutiendo el desequilibrio entre los mensajes y las ganas de vernos, debatiendo la desigualdad a ambos lados de la ecuación, habíamos llorado mucho y habíamos creído que lo mejor era dejar de vernos muchas veces. Hasta que yo suspendí los regresos y confesé "no te banco más". Éramos la peor canción de Tan biónica: reiterativa y con ritmo inconstante, pero pegadiza y radiable. 



Siempre que veo acercarse una curva brusca en mi vida, pero no llega, me acuerdo de esos tiempos. Cuando no encuentro la llave para esta puerta, me pongo ansiosa y fastidiosa, me siento como si estuviera preparando el equipaje hace demasiado tiempo. Entiendo que soltar cosas es tener las manos libres para abrazar otras y como no sé manejar, dejo que la corriente me ayude a doblar. 

Me acuerdo de esos tiempos y de la convicción de que la caída por el abismo significaba la muerte, o el fin de los deseos, que es lo mismo. Ya no siento eso. Cuando dejo de amar, estoy convencida de que sigo amando, y esa convicción me alivia y sana la transición. 

De hecho, mi zona autoboicot siente que le hago un favor al otro al pedirle que continúe sin mí. Al revés, al principio, cuando me estoy enganchando y de repente me involucro con sus problemas y me encariño, siento que mi amor no es hacerle bien. 

Cuando, como ahora, me equivoco de nuevas maneras deliciosas y voy afianzándome en mis mejores talentos, usando mis dones para desaprender, el vértigo no me ahoga sino que me permite disfrutar el viento en la cara. Me desplazo entre fragmentos de platos rotos, me enamoro sin preocuparme por los daños colaterales, planeo viajes, canto desafinado. Sé que en el abismo el paracaídas se va a abrir, no sin antes dejarme disfrutar la altura y respirar el aire fuerte. 


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